viernes, 7 de diciembre de 2007

El Dr. Malarrama felicita a un colega.


Más de una vez (lo saben bien, queridos lectores) se ha infiltrado en nuestra sección de comentarios la insidiosa opinión de que este blog, pese a llevar por bandera la clarividente misión de divulgar la metafísica y el conocimiento mundano entre ustedes, es en realidad un vehículo para exaltar la arrogante personalidad de su autor, el Dr. Malarrama.

Nada más lejos de la realidad.

Hoy, para aplastar las voces disidentes, queremos dar cabida en nuestras páginas, ¿por qué no?, a la gloria ajena.

Sí, amigos y amigas, es momento de celebrar el apoteósico triunfo de nuestro compañero literato, bloguero y bon-vivant, Jon Bilbao (visiten su bitácora haciendo “clic” aquí mismo), cuyo texto Calor, se acaba de alzar con el primer premio de relato de la XXXVI edición del Concurso Ignacio Aldecoa.

Hará cosa de un año tuve el honor de presentar su libro 3 relatos: Física familiar, Pequeñas imperfecciones y Preludio y consecuencias de un encuentro nocturno, en el madrileño Hotel Kafka; servicio por el cual, el dadivoso señor Bilbao me hizo dos obsequios: una novela de zombis disfrazados de personajes de Mad Max escrita por Cormac McCarthy (The Road) y una generosa mirada de asesino cuando mencioné que sus narraciones (las bilbaínas, no las mccarthianas) tienen un poso de Raymond Carver.

Pensándolo mejor, de ahora en adelante, sólo me referiré a la influencia de Stan Lee en su obra.

En fin, para abreviar, dediquémosle todos una profunda reverencia a Jon Bilbao. Así, muy bien, hasta el fondo: quiero verles tocar con la cabeza en el suelo.


Dr. Malarrama.

[En nuestro próximo episodio, el Dr. Malarrama relata su viaje iniciático a Austin, Texas, la Atenas del medioeste norteamericano, adonde se desplazará en breve para pedirle a su futuro suegro la mano de su prometida]

martes, 20 de noviembre de 2007

El Dr. Malarrama les presenta un relato inédito de Salinger

"Gin a body meet a body / coming thro' the rye...", cantaba Robert Burns


En la edición de hoy de How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb, el Dr. Malarrama les ofrece en exclusiva un relato inédito de J.D. Salinger. Mediante oscuros procedimientos, el Dr. ha tenido acceso al archivo privado de incunables del autor norteamericano y, tiene hoy el gusto de invitar por primera vez en la historia a los lectores hispanohablantes a degustar una pequeña obra maestra: Insignificante rebelión en Madison, el pequeño texto donde hace aparición por primera vez Holden Caulfield, el célebre protagonista de El Guardián entre el Centeno.



¡Disfrútenlo!





INSIGNIFICANTE REBELIÓN EN MADISON

The New Yorker XXII, diciembre de 1946.





Cuando daban las vacaciones en la Escuela Preparatoria para Chicos Pencey (“Un Educador por cada Diez Estudiantes”), Holden Morrisey Caulfield solía llevar su chesterfield
[1] y un sombrero con la parte delantera de la corona en punta como una “V”. Mientras iban en autobús por la Quinta Avenida, las chicas que conocían a Holden con frecuencia decían verle pasando por delante de Saks’ o de Altman’s o de Lord & Taylor’s, pero normalmente lo confundían con otra persona.
Aquel año, el comienzo de las vacaciones de Navidad en Pency había coincidido con el comienzo de las del Colegio para Chicas Mary A. Woodruff (“Atención Especial para las Alumnas Interesadas en Artes Dramáticas”). Cuando le daban las vacaciones en la Mary A. Woodruff, Sally iba sin sombrero y solía llevar su abrigo azul plateado de piel de rata almizclera. Mientras iban por la Quinta Avenida, los chicos que conocían a Sally con frecuencia decían verla pasando por delante de Saks’ o de Altman’s o de Lord & Taylor’s. Normalmente la confundían con otra persona.
En cuanto Holden llegó a Nueva York, cogió un taxi para que le llevara a casa, dejó caer su maleta de cuero en el recibidor, besó a su madre, amontonó su abrigo y su sombrero en la silla que más cerca le quedaba y marcó el número de Sally.
─¡Ey! ─dijo con el auricular en la boca─ ¿Sally?
─Sí. ¿Quién es?
─Holden Caulfield. ¿Qué tal?
─¡Holden! ¡Yo bien! ¿Qué tal tú?
─De miedo ─dijo Holden─. Escucha. ¿Qué tal te va? Quiero decir, ¿qué tal el colegio y eso?
─Bien ─dijo Sally─. O sea… ya sabes.
─De miedo ─dijo Holden─. Bueno, escucha. ¿Qué haces esta noche?
Holden la llevó esa noche al Wedgwood Room; los dos bien vestidos, Sally con su nuevo collar de turquesas. Bailaron mucho. El estilo de Holden consistía en dar largos y lentos pasos hacia delante y hacia atrás, como si estuviera bailando sobre una alcantarilla sin tapa. Bailaban mejilla contra mejilla y a ninguno de los dos les importó que las caras se les quedaran pegajosas de tanto contacto. Había mucho tiempo entre vacación y vacación.
Se lo pasaron en grande durante el viaje de vuelta en taxi. En dos ocasiones en que el taxi dio un frenazo por culpa del tráfico, Holden se cayó del asiento.
─Te quiero ─le juró a Sally, al separar su boca de la de ella.
─Ay, mi amor, yo también te quiero ─dijo Sally y añadió, menos apasionadamente─: Prométeme que te dejarás crecer el pelo. Ese rapado a lo militar te queda de lo más cutre.
El día siguiente era jueves y Holden llevó a Sally a la sesión matinal de O Mistress Mine
[2], que ninguno de los dos había visto. Pasaron el primer descanso fumando en el vestíbulo y llegaron al común acuerdo de que los Lunt eran maravillosos. George Harrison, de Andover, también estaba fumando en el vestíbulo y reconoció a Sally, tal y como ella esperaba que hiciera. Les habían presentado en cierta ocasión en una fiesta y no se habían visto desde entonces. Ahora, en el vestíbulo del Empire, se volvieron a saludar con la familiaridad de los que, cuando niños, solían tomar baños juntos. Sally le preguntó a George si no le estaba pareciendo maravilloso el espectáculo. George necesitaba espacio para responder e invadió peligrosamente la proximidad del pie de la mujer que tenía detrás suyo. Dijo que evidentemente no era una obra maestra, pero que los Lunt, como siempre, habían actuado como unos ángeles.
─Ángeles ─pensó Holden─. Ángeles. Me cago en… Ángeles.
Después de la sesión matinal, Sally le dijo a Holden que se le había ocurrido una idea maravillosa.
─Vamos a patinar esta noche al Radio City.
─Está bien ─dijo Holden─. Vale.
─¿En serio? ─dijo Sally─ No digas que sí si no te apetece. O sea, me importa un comino si no vamos.
─No ─dijo Holden─. Vamos. Será divertido.

Sally y Holden eran ambos pésimos patinadores sobre hielo. Los tobillos de Sally sufrían una dolorosa y poco favorecedora tendencia a chocarse entre sí, y los de Holden no se manejaban de manera muy diferente. Aquella noche había por lo menos cien personas que no tenían nada mejor que hacer que mirar a los patinadores.
─Vamos a una de las mesas para tomar algo ─sugirió Holden de repente.
─Es la idea más maravillosa que he escuchado en todo el día ─dijo Sally.
Se quitaron los patines y se sentaron en una de las mesas del caldeado salón interior. Sally se sacó sus rojos guantes de lana. Holden empezó a encender cerillas. Dejaba que se quemasen hasta que ya no podía sostenerlas y los restos chamuscados los iba depositando en el cenicero.
─Mira ─dijo Sally─, quiero saber una cosa… ¿Vas a ayudarme esta Nochebuena a podar el árbol o no?
─Claro ─dijo Holden, sin entusiasmo.
─O sea, que quiero saber si lo vas a hacer.
Holden dejó de repente de encender cerillas. Se inclinó sobre la mesa.
─Sally, ¿no te sientes harta de todo alguna vez? Quiero decir, ¿no te asusta a veces que todo vaya a salir mal a no ser que hagas algo?
─Claro ─dijo Sally.
─¿Te gusta el colegio? ─preguntó Holden.
─Es un completo aburrimiento.
─Entonces, ¿lo odias?
─Bueno, tanto como odiarlo…
─Pues yo lo odio ─dijo Holden─. Chica, ¡cómo lo odio! Pero no me refiero sólo a eso, sino a todo. Odio vivir en Nueva York. Odio los autobuses de la Quinta Avenida y los autobuses de la Avenida Madison y tener que salir por las puertas del centro. Odio el cine de la Calle Setenta y Dos con esas nubes falsas en el techo, odio que me presenten a tipos como George Harrison, odio que el ascensor baje cuando lo que quiero es salir y odio que los dependientes de Brooks se pasen todo el tiempo intentando cogerte el dobladillo de los pantalones ─su tono de voz estaba cada vez más alterado─. Cosas como esas odio. ¿Sabes lo que quiero decir? ¿Sabes qué? Eres la única razón por la que he vuelto a casa de vacaciones.
─Eres un encanto ─dijo Sally, deseando que cambiase de tema.
─Chica, ¡y cómo odio el colegio! Deberías pasar algún tiempo en una escuela para chicos. Lo único que uno hace es estudiar y fingir que no te importa que pierda el equipo de fútbol y hablar sobre chicas, sobre ropa y sobre bebidas alcohólicas y…
─Ey, escucha ─le interrumpió Sally─. Para muchos chicos el colegio significa más que eso.
─Puede ser ─dijo Holden─. Pero yo no saco en claro del colegio mucho más. ¿Ves? Ahí quiero llegar. No saco mucho en claro de nada. Estoy en mala forma. En una forma espantosa. Mira, Sally. ¿Te importa que nos larguemos? Tengo una idea. Le pido prestado el coche a Fred Halsey y mañana por la mañana subimos a Massachussets y nos vamos a Vermont y por ahí, ¿te parece? Es muy bonito. De verdad que es un sitio muy bonito, te lo juro por Dios. Podemos quedarnos en una de esas cabañas en el campo o en algún sitio por el estilo hasta que se me acabe el dinero. Tengo ciento doce dólares. Luego, cuando se me acabe el dinero, puedo conseguir un trabajo y nos vamos a vivir a algún sitio que tenga un arroyo, o algo por el estilo. ¿Ves por dónde voy? Te lo juro por Dios, Sally, nos lo pasaremos en grande. Luego, más tarde, podemos casarnos, y tal. ¿Qué me dices? ¡Vamos! ¿Qué me dices? ¡Vamos! Hagámoslo, ¿eh?
─No puedes hacer eso; así, sin más ─dijo Sally.
─¿Por qué no? ─preguntó Holden de forma estridente─ ¿Por qué demonios no puedo hacerlo?
─Porque no ─dijo Sally─. No puedes y ya está. Suponte que se te acaba el dinero y no encuentras un trabajo, ¿entonces qué?
─Conseguiré un trabajo. No te preocupes por eso. No tienes que preocuparte por esa parte del plan. ¿Cuál es el problema? ¿No quieres venir conmigo?
─No es eso ─dijo Sally─. No se trata de eso para nada. Holden, tenemos todo el tiempo del mundo para hacer esas cosas… todas las cosas que has dicho. Cuando acabes la universidad y nos casemos y eso. Tendremos montones de sitios maravillosos a los que ir.
─No los tendremos ─dijo Holden─. Será diferente.
Sally le miró. Holden le había contestado con mucha calma.
─No será lo mismo entonces. Tendremos que bajar ascensores cargados de maletas y tal. Tendremos que llamar a todo el mundo para despedirnos y mandarles postales. Tendré que trabajar donde mi padre y coger los autobuses de la Avenida Madison y leer el periódico. Tendremos que ir todo el tiempo al cine de la Calle Setenta y Dos y ver noticiarios. ¡Noticiarios! Siempre echan algo sobre una estúpida carrera de caballos o sobre alguna tipa que ha bautizado un barco. No entiendes para nada lo que te digo.
─Puede que no. Y puede que tú tampoco ─dijo Sally.
Holden se levantó con los patines colgados del hombro.
─Me tienes hasta la coronilla ─anunció desapasionadamente.

Un poco después de medianoche, Holden y un gordo y poco atractivo muchacho llamado Carl Luce, estaban sentados en el Wadsworth Bar, bebiendo whisky escocés con soda y comiendo patatas fritas. Carl estaba también en Pencey y era el delegado de su clase.
─Oye, Carl ─dijo Holden─. Tú eres uno de esos intelectuales. Dime algo. Imagínate que estuvieras harto de todo. Imagínate que sintieras tal desolación que creyeses estar volviéndote loco. Imagínate que estuvieras pensando en dejar el colegio y todo lo demás, y largarte de Nueva York. ¿Qué harías?
─Seguir bebiendo ─dijo Carl─. Al demonio con todo.
─No. Te lo digo en serio ─suplicó Holden.
─Siempre has estado como una cabra ─dijo Carl, se levantó y se marchó.
Holden siguió bebiendo. Se bebió nueve dólares de whisky escocés con soda y a las dos de la mañana se abrió paso desde la barra del bar hasta la pequeña antesala donde había un teléfono. Marcó tres números erróneos hasta que dio con el correcto.
─¡Hola! ─gritó Holden al teléfono.
─¿Quién es? ─preguntó una fría voz.
─Soy yo. Holden Caulfield. ¿Puo hablar con Sally, por favor?
─Sally está dormida. Soy la señora Hayes. ¿Por qué llamas a estas horas, Holden?
─Quiero hablar con Sally, ñora Hayes. Es mu portante. Pásemela.
─Sally está dormida, Holden. Llama mañana. Buenas noches.
─Despiértela. Despiértela, ¿eh? Despiértela, ñora Hayes.
─Holden ─dijo Sally desde el otro lado de la línea─. Soy yo. ¿Qué es lo que pasa?
─¿Sally? ¿Sally, eres tú?
─Sí. Estás borracho.
─Sally, iré en Nochebuena. Te podaré el árbol. ¿Eh? ¿Qué dices? ¿Eh?
─Sí. Vete a la cama. ¿Dónde estás? ¿Con quién estás?
─Te podaré el árbol. ¿Eh? ¿Vale?
─¡Sí! ¡Buenas noches!
─Nas noches. Nas noches, Sally, nena. Sally guapa, amor.
Holden colgó y se quedó al lado del teléfono durante casi quince minutos. Después introdujo en la ranura un níquel
[3] y marcó de nuevo el mismo número.
─¡Hola! ─gritó al auricular─ ¿Está Sally, por favor?
Colgaron el teléfono con un fuerte chasquido y Holden colgó también. Se quedó allí, bamboleándose de atrás hacia delante durante un momento. Luego, se abrió paso hacia el baño y llenó de agua fría la pila de un lavamanos. Sumergió su cabeza hasta las orejas y después, chorreando, fue hasta el radiador y se quedó sentado encima. Allí estaba, contando los cuadrados del suelo mientras le caía el agua por la cara y por el cuello, empapándole el cuello de la camisa y la corbata. Veinte minutos después entró el pianista para peinarse los rizos del pelo.
─¡Hola, tío! ─le saludó Holden desde el radiador─ Estoy en lo más alto. Me han dado puerta y tengo tanto sueño que me voy a quedar frito aquí arriba.
El pianista sonrió.
─Eh, tío, ¡sí que tocas bien el piano! ─dijo Holden─ De verdad que lo tocas de maravilla. Deberías ir a la radio. ¿Sabes qué? Eres la leche de bueno, tío.
─¿Quieres una toalla, amigo? ─preguntó el pianista.
─No ─dijo Holden.
─¿Por qué no te vas a casa, chaval?
Holden negó con la cabeza.
─No ─dijo─. No.
El pianista se encogió de hombros y se metió el peine de mujer en el bolsillo interior de la chaqueta. Cuando se fue, Holden se levantó del radiador y parpadeó varias veces para dejar que le cayeran las lágrimas. Luego, se dirigió al guardarropa. Se puso su chesterfield sin abotonárselo y se colocó el sombrero en su empapada cabeza.
Los dientes le tiritaban con violencia. Holden se quedó en la esquina esperando que llegara un autobús de la Avenida Madison. Fue una larga espera.



FIN.



Notas:


[1] Traje de tweed con patrón de punto de espina que debe su nombre al Earl de Chesterfield.
[2] De Terence Rattigan. Se estrenó en Broadway el invierno de 1946 con Alfred y Lynne Fontane Lunt de protagonistas. La obra toma su título de un verso de la canción que canta Feste en Noche de Reyes, de William Shakespeare, y que comienza con las palabras “O Mistress Mine”. El verso final de esta canción, “youth’s a stuff will not endure” (la juventud es cosa que no dura), expresa uno de los temas principales de J.D. Salinger, especialmente en lo que toca a El guardián entre el centeno (1951), cuyo protagonista, Holden Caulfield, hace aparición por primera vez en este relato.
[3] Moneda de cinco centavos de dólar.

viernes, 16 de noviembre de 2007

El Dr. Malarrama escribe un libro.

El Dr. Malarrama se hace un lifting



Como lo oyen.


Me dije un día: voy a hacer una novela. Hace unos meses me puse a ello y, nada, oigan, que escribe que te escribe, fue y me salió Cumbres Borrascosas. Imagínense que chasco cuando me enteré de que ya la había escrito 150 años antes una tal Emily Brontë. Solución malarrámica: la he firmado como traductor y con seudónimo. Pues eso, ¿que tienen que hacerle un regalo a la suegra? ¿Que el regalo de navidad es para ustedes, que quieren sentirse más hombres? Compren Cumbres Borrascosas, de Artemisa Ediciones. Una fantástica edición de lujo ilustrada con una decencia exquisita por el mismísimo Balthus.



Heathcliff y Catherine se divierten



Además de disfrutar inocentemente con las ilustraciones, harán importantes descubrimientos con respecto a las anteriores ediciones que cambiarán su visión de la novela; a saber:

a) Que no se cazan perdices en los páramos de Yorkshire, como en otras traducciones, sino grévoles. Más en concreto, lagopus lagopus scoticus, cuyo característico pelaje rojo parduzco tiene una enorme importancia simbólica en la novela.


b) Que la autora, reputada especialista en las tradiciones populares de su región, se equivoca al citar una famosa balada.


c) Que Catherine Linton es, en realidad, ¡hija de Heathcliff!

Visiten ya la página web de Artemisa Ediciones y encarguen sin dilación su ejemplar.




viernes, 9 de noviembre de 2007

El Dr. Malarrama presenta: La Hora Barroca del Dr. Malarrama

Emborráchese también usted de cultura con How I
Learned to Stop Worrying and Love the Bomb


Haciendo gala una vez más de un envidiable sentido de la puntualidad y cumpliendo con la promesa hecha en la entrada anterior, de nuevo, nuestra inefable sección: La Hora Barroca del Dr. Malarrama.

Siguiendo la crónica de los eventos más recientes que se vienen produciendo por aquí, en el País de las Salchichas, hoy nos llega el turno de hablar del evento cultural más importante que ha tenido lugar en los últimos meses, esa celebración anual a mayor gloria del primer activo cultural de esta Gran Nación.

"La Feria del Libro de Frankfurt", oigo por ahí. Cállese antes de hablar si no sabe nada. No nos referimos a la Feria del Libro: a nuestros sofisticados lectores no les interesa el circo de la fama, las veleidades de la novedad ni la filosofía de lo transitorio.

No, estamos hablando de la Oktoberfest: la Fiesta de la Cerveza.

Pero no seré yo quien les haga la crónica de lo que ha pasado en Munich estos días pasados. Para contarlo, tenemos hoy a un invitado de excepción cuya reciente intervención en el espacio radiofónico Die Grosse Hits, les transcribo a continuación, traducida por servidor:



LOCUTOR
…y como todas las noches, en nuestro repaso semanal de la lista de los cuarenta principales, llegamos al número uno. El temazo que está dando el cante en las pistas de baile de toda Europa. Directamente desde la Academia de Operación Triunfo en su versión austriaca, tenemos hoy en nuestro programa al artista más flipante de estos momentos. Ya habéis adivinado a quién me refiero, nengs. Con todos nosotros: Wolfgang Amadeus Mozart.

(pinche para oír, libre de derechos, nuestro top eins:
Eine Kleine Nachtmusik feat. Björk)

LOCUTOR
Bueno, Wolfgang, bienvenido a nuestro programa. Tengo entendido que has hecho una pausa en tu gira europea para estar con nosotros en la Oktoberfest. Acabas de llegar de Madrid…

MOZART
Disculpe, pero tengo una jaqueca atroz. El viaje en calesa ha sido un poco movido y, además, llevo muy mal lo del jet-lag.

LOCUTOR
Nuestro equipo te agradece en nombre de todos los radioyentes que hayas sido tan enrollado. Entendemos que estés tan cansado después de un viaje tan largo. Pero cuéntanos, ¿cuáles son tus planes este año aquí en Munich?

MOZART
Bueno, voy a oficiar de maestro de ceremonias en la Oktoberfest. Mañana, en la inauguración, me acompañará en la pista DJ Salieri, quien no sólo es un artista genial sino también un tipo estupendo.

En directo desde Munich



LOCUTOR
¿Cómo va a ser el rollo este año?

MOZART
Como usted bien sabe, la cerveza no lo es todo en el mundo; y la música es la segunda protagonista de la Oktoberfest. La Oktoberfest marca tendencias. Este año se va a llevar mucho la peluca blanca con coleta y también el miriñaque. Las óperas de Glück están causando furor en los garitos de baile. Creo que podemos hablar de una Nueva Ola, totalmente diferente a todo lo que hemos visto antes; y precisamente es en ese sentido en el que estoy trabajando. Me atrevería a asegurar que, en muy poco tiempo, vamos a presenciar el fin del barroco.

LOCUTOR
Aprovechando que mencionas tus nuevos trabajos, volvamos a lo de antes y cuéntanos ¿qué te ha llevado a Madrid?

MOZART
Bueno, en toda Europa se habla de la Movida Madrileña. Fui a Madrid para reunirme con mi colega Luigi Boccherini. He estado allí un tiempecito, cosa de un año, que he empleado en echarle una mano con algo que está componiendo. Se va a titular Música nocturna de las calles de Madrid.

LOCUTOR
Pues nosotros hemos oído otra cosa.

MOZART
No sé a qué se refiere, caballero.

LOCUTOR
¿Qué nos dices de tu relación con Victoria Beckham?

MOZART
Esto es un escándalo, yo he venido aquí para hablar de mi música.

LOCUTOR
Entonces volvamos a la música. Se dice que tus temas combinan de manera soberbia el drama, la armonía, la melodía y el contrapunto. Has marcado el camino con tu rollo post-barroco a la hora de usar la polifonía para atacar los ideales Renacentistas. Tus ritmos endiablados han puesto de moda en los salones de la aristocracia el uso de nuevas drogas como el speed…

MOZART
Bueno, he cometido errores en el pasado. La Academia, Operación Triunfo… ya sabe, a muchos nos llegó la fama demasiado rápido, siendo demasiado jóvenes…

LOCUTOR
¿Explica eso tu reciente conversión al cabalismo?

MOZART
En parte sí. En el cabalismo he encontrado por fin la paz de espíritu que siempre he estado buscando. Ahora soy una persona mucho más espiritual. He aprendido a valorar cosas como la solidaridad, la familia,…

LOCUTOR
¿Qué les dirías a todos aquellos que afirman que tu cambio de imagen es sólo una operación comercial siguiendo la estela de Madonna?

MOZART
Que están totalmente equivocados. Cada día me atrae más la idea de ser padre.

LOCUTOR
¿Y tiene algo que ver en eso Victoria Beckham?
(sonido de un guante estampándose contra una cara)

MOZART
Caballero, esto no quedará así. Exijo una satisfacción.

LOCUTOR
Wolfgang Amadeus Mozart, ha sido un placer tenerle en nuestro programa. Se nos acaba el tiempo, pero antes de cerrar nuestra emisión de hoy, os recuerdo a todos que la semana que viene estará aquí en directo con todos nosotros una de las mejores voces de nuestros tiempos para hablarnos de los enormes sacrificios que hay que hacer para triunfar en la difícil industria de la canción. Directamente desde Italia: Farinelli el Castrado.

MOZART
Mañana por la mañana, al amanecer, detrás del Dom. Búsquese un padrino y armas de su elección.

LOCUTOR
Estas son las sorpresas que nos da el barroco en directo. Buenas noches a todos y hasta la semana que viene.










sábado, 27 de octubre de 2007

El Dr. Malarrama y los consejos trotamundos del Dr. Geschlechtskrankheit

Con todos ustedes, el Dr. Günther Geschlechtskrakheit y sus gafas de rayos-X en los ojos


Como es costumbre en How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb, la entrada de hoy está dedicada al ganador de nuestro último concurso literario, cuyo texto estuvo atormentando durante días a algunos de ustedes, pero que sólo una persona logró identificar correctamente.



Salammbô, amigos míos: Salammbô, de Gustave Flaubert era la novela que les llevó a patearse ustedes librerías de viejo y bibliotecas del mundo entero con nulo éxito. Me toca hoy, pues, hablar de nuestro campeón literario del mes, el Dr. Günther Geschlechtskrankheit, viajero incansable y académico de las letras, cuyo campo de especialización es, casualmente, la obra de Flaubert.



Antes de empezar con el retrato de mi querido amigo y colega, me gustaría disipar una doble controversia que ha surgido recientemente en estas páginas. Primeramente quiero asegurarles que nuestro concurso no tiene trampa ni cartón y que cualquier rumor al respecto de lo contrario es fruto de lenguas envidiosas que no buscan más que socavar la credibilidad de este blog con sus infectas mentiras. En segundo lugar, hay, al parecer, otras lenguas aún más rastreras y sucias que las primeras, que no sólo están de acuerdo con éstas, sino que, además, añaden que el Retrato del Mes que el Dr. Malarrama tan generosamente dedica a sus amigos ganadores, no es más que una excusa para hablar de sí mismo, en un vano intento de dar verosimilitud a los mil embustes que quiere hacer pasar por experiencias vividas. ¡Calumnias, de nuevo! Y para probar que el Dr. Malarrama jamás escatima la verdad, la entrada de hoy estará acompañada de documentos fotográficos que constituyen prueba irrefutable de sus vivencias.


El Dr. Malarrama en Koblenz, al lado del escudo de Renania-Palatinado, región que ha tenido a bien acogerle en su viaje.



Pero, bueno, dicen ustedes, y me refiero en concreto a usted, sí, usted, fiel seguidor de How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb, que nunca ha puesto en duda nuestros apasionantes relatos, dice: ¿va a contarnos ya, Dr., quién demonios es Günther Geschlechtskrankheit?




Por supuesto que sí, queridos amigos. Precisamente ahora, desde Alemania, me acuerdo con frecuencia del buen Günther y de la ocasión en que nos conocimos. Echo en falta, claro está, su dominio de la lengua teutona, que tantas veces me ha sacado de apuros. No en vano, es bueno tener siempre a tu lado a un nativo que te eche una mano con las declinaciones y los verbos, sobre todo cuando, como hace un rato, he tenido que pedirle a Bilo, el turco que regenta el ciber-badulaque desde el cual les escribo, si iba a dejarme pronto libre el ordenador para actualizar mi blog o si iba a pasarse mucho más tiempo mirando páginas pornográficas.




Pero, volviendo a lo mío, como estaba diciendo, Günther y yo nos conocimos en clase de alemán. Nos sentábamos en el mismo pupitre y recuerdo que nuestra profesora le ponía como ejemplo ante el resto de la clase por "estar genéticamente dotado para pronunciar incorrectamente todas y cada una de las palabras de la lengua alemana". Por supuesto, Günther suspendió el curso, igual que yo, y aunque mi querido amigo es, con toda seguridad, el primer suizo germano-parlante que haya suspendido alguna vez un curso básico de alemán, eso no le ha impedido triunfar en otros ámbitos del mundo académico.




A principios de este mes de octubre, precisamente, Günther y yo defendimos nuestras respectivas tesinas doctorales ante el Tribunal de Estudios Avanzados de Literatura Europea de la Universidad Autónoma de Madrid. Aunque íbamos armados hasta los dientes, ni siquiera tuvimos que cargar la carabina para defender nuestros trabajos. Yo estaba afónico porque la noche anterior me había olvidado de ponerme los calcetines antes de ir a la cama, pero cuando llegó el turno de ponencia de mi Poética de la secuencia en el arte del cómic, intenté fingir que mi tono de voz era debido al exceso de alcohol y tabaco, y, encendiéndome un cigarrillo, empecé mi ponencia con las siguientes palabras: "Caballeros, voy a hablarles de poética…"




Triunfo abrumador. El tribunal llegó incluso a alabar los "bonitos dibujos" que tenía mi tesina.




Günther, en cambio, no tuvo que recurrir a subterfugios. Su Materia y Extensión en Spinoza y Flaubert fue alabada por clamorosa unanimidad. Gustó especialmente el capítulo dedicado a las amantes del escritor francés y el Tribunal destacó el rigor con el que había tratado el tema de la Extensión, en concreto la del miembro viril de ambos hombres de letras. Los datos históricos aportados por el Dr. Geschlechtskrankheit dieron como vencedor a Spinoza en este punto, aunque su investigación concluye con la contundente tesis de que "Flaubert era más hombre, porque cuando iba a un prostíbulo siempre pedía acostarse con la más fea".




Superada la defensa, Günther y yo fuimos a la cafetería de la facultad para celebrar nuestro éxito y hacer un brindis, dada mi situación, con unas tacitas de poleo-menta; aunque, por ser una ocasión tan especial, no me privé de echarle a la mía un chorrito de Bombay Sapphire. Entre felicitaciones y parabienes surgió en nuestra conversación el tema de mi próximo viaje a Alemania. Me interesaba especialmente hablar sobre ello con Günther ya que él mejor que nadie podía darme recomendaciones para desenvolverme adecuadamente en el País de las Salchichas. El apellido Geschlechtskrankheit pertenece a una larga estirpe de viajeros gallegos (hágase clic para echar un ojo a su origen genealógico) que, provenientes de Lugo, y de ahí que Günther esté "genéticamente incapacitado para pronunciar incorrectamente todas y cada una de las palabras" de cualquier idioma, han recorrido Europa de cabo a rabo con camaleónica habilidad para entender y asumir como propias las peculiaridades culturales de cada país.




─No deje de visitar la famosa Einbahnstrasse de Maguncia ─me aconsejó Günther, refiriéndose a mi ciudad de destino, donde ahora mismo me encuentro viviendo con mi prometida, Frau Violeta─. Todas las ciudades en Alemania tienen una calle que se llama Einbahnstrasse y, algunas, incluso más de una. Es debido a Napoleón, ese gran hombre. Él lo impuso. Como sabe en Europa circulamos por la derecha gracias a él, ya que obligaba a sus ejércitos a caminar por ese lado. Es un hombre muy preocupado por el tráfico.



El Dr. Malarrama en la famosa Einbahnstrasse de Maguncia



A quienes no conozcan a Günther les podrá extrañar un poco su forma de hablar. Ello es debido en buena medida, como decía, a sus orígenes; pero además de eso, Günther sufre un pequeño problema, digámoslo así, cronológico. Él fue quien, finalmente, me prestó el quinqué que me faltaba, y él quien, muy amablemente, me hizo una lista de cosas indispensables para el viaje, entre ellas, una silla de montar y un libro de partituras con los últimos hits de Mozart para que fuera familiarizándome con ellos por si a mi prometida se le ocurría sacarme alguna noche a la discoteca.




─Y si viaja usted por el Rin, no se olvide de hacer fonda en Koblenz. Allí hay un parquecillo donde el Mosel se junta con el Rin, llamado el Deutsches Eck, en donde se encuentra una impresionante estatua ecuestre del Kaiser Guillermo ─se me olvidaba decir que Günther es un gran fan del Kaiser Guillermo y de las estatuas ecuestres─. El Kaiser ha hecho grandes cosas por el pueblo alemán, él logró la reunificación y allí, en Koblenz, le quieren mucho.




Efectivamente, en Koblenz pude encontrar la estatua del Kaiser, pero por una inscripción que había a sus pies me enteré no sólo de que el tal Guillermo había muerto hacía ya unos 120 años, sino que, además, después de la Segunda Guerra Mundial, la gente de Koblenz se lo había pensado mejor, y la estatua que habían construido en símbolo de un glorioso Imperio alemán unido, había pasado a simbolizar, desde 1953, "el espíritu de reflexión que debe caracterizar a nuestro pueblo acerca de la responsabilidad histórica de todo alemán".




Como demuestra su expresión, hasta el caballo del Kaiser se siente culpable por ser alemán



─Hay algo que debe usted entender ─me dijo Günther, haciendo gala una vez más de su agudo conocimiento del alma germana─: los alemanes son gente que no siente vergüenza de nada.





(Hagamos aquí un momento de silencio para levantar una ceja con gesto de incredulidad y pedirle a Günther que desarrolle su argumento)





─Por ejemplo, tienen esos locales, las saunas, donde van todos desnudos, hombres y mujeres por igual, ¿te lo puedes imaginar?





Aaaah… Por una vez, Günther no se equivocaba. Siguiendo sus consejos, visité el otro día uno de esos locales; y debo decir, para acallar sospechas, que en nada se parecen a los antros de perdición que en España conocemos por ese mismo nombre. No, aquí la sauna es un lugar donde un hombre puede entrar con la cabeza bien alta y sin miedo a agacharse. Sin embargo, tengo que confesar que a mí al principio me dio un poco de reparo eso de desnudarme en público. Soy un hombre pudoroso, lo he sido siempre; con decirles que ni siquiera mi señora madre me ha visto nunca desnudo… Pero el caso es que mi prometida, Frau Violeta, me dijo que me tenía que quedar en pelota viva, aunque, por supuesto, yo me negué a desprenderme de la toalla que llevaba enrollada en la cintura y, sobre todo, de los calcetines. Sin embargo, después de los dos primeros Aufguss en la sauna de 95 grados (no les contaré aquí lo que es un Aufguss porque soy un hombre decente), me sentí tan a mis anchas que dejé la toalla a un lado y empecé a ir de arriba abajo por el local con todo lo colgandero al aire, como puede comprobarse en la foto.








El Dr. Malarrama en la sauna




"Claro, es lo natural", comprendí. "Es señal de una cultura avanzada no avergonzarse de la desnudez". En estas meditaciones estaba yo cuando nos encontramos con una amiga de Frau Violeta, totalmente en cueros, y tuve que correr a esconderme. Como estábamos en un espacio cerrado y no pude encontrar una zanja o enterrarme bajo tierra, me vi obligado a saludar a la señorita, la cual, ni corta ni perezosa, nos enseñó las tetas; no porque hubiera necesidad de ello, pues dada la situación, las tetas se enseñaban solas, sino porque estaba interesada en mostrarle a mi prometida el resultado de su reciente operación de ampliación mamaria.




─Todo eso está muy bien, Dr. Malarrama ─dice mi querido Günther al leer esto─. Pero yo no le mandé esa traducción que hice de Salammbô para que se pusiera hablar sólo sobre usted. ¿Qué hay de nuestro trato?




─Por Dios, querido Günther, hable más bajo. No vayan a creer los lectores que…




─Hombre, usted me dijo que esto del Retrato del Mes ayudaría a divulgar mi blog y que un sinnúmero de mujeres interesantes inundaría mi cuenta de correo electrónico con sus mails. Me pareció una idea interesante y pensé, "total, ¿qué me suponen cincuenta soberanos de oro con tal de que un sinnúmero de mujeres interesantes inunde mi cuenta de correo electrónico?". Pero el caso es que, después de todo este rollo, yo no veo que haya mencionado siquiera mi blog, y me apuesto lo que quiera a que si pincho sobre la palabra blog, el enlace me va a llevar a una página totalmente equivocada y llena de mentiras insidiosas como ha pasado antes con mi apellido. Oiga, si no me transfiere de vuelta a mi cuenta corriente mis cincuenta soberanos de oro, yo…




Y con esto damos por concluido nuestro Retrato del Mes. No se pierdan la próxima entrega de How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb, su blog favorito de filosofía, ética y crónica mundana, que llevará por título "El Dr. Malarrama les enseña su mansión" y que tendrá como protagonista absoluta a Frau Violeta, a quien todos ustedes están deseando conocer.


Dr. Malarrama.

martes, 18 de septiembre de 2007

El Dr. Malarrama les invita al teatro



Qué tortura esto de hacer el equipaje. Verán, yo lo paso muy mal. Siempre me olvido de algo y, como entenderán, no quiero que eso me ocurra en un viaje tan importante como éste. Imagínense que me presento en Alemania y al llegar la noche me doy cuenta de que me he dejado en casa el camisón de dormir. Qué bochorno. ¿Qué va a pensar de mí mi prometida?

Por eso, aunque todavía falta una semana para mi partida, he decidido ponerme ya a preparar el baúl de viaje con mis cosas. Que si el gramófono portátil para hacer más llevadero el trayecto, que si unos discos de pizarra con los últimos hits de Mozart, que si un tintero de repuesto para ir escribiéndoles mis impresiones sobre el viaje, ya saben lo pesado que se hace esto de cruzar media Europa en carruaje y más con el jet-lag. Pero, como digo, siempre surge algún imprevisto y mientras estaba organizándolo todo me he dado cuenta de que me falta lo más importante. Tengo entendido que allí, en el País de las Salchichas, anochece mucho más temprano, y yo sin un quinqué. ¿No les sobrará alguno a ustedes?

El caso es que me he puesto nervioso y me he dicho: voy a hacer una pausa y a ver si me relajo un poco contándoles mis cuitas a ustedes, mis fieles lectores de How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb. También quería aprovechar la ocasión para hablarles de un tema más artístico, pues como saben, el Arte ocupa un lugar central en estas páginas.

Como saben, marcho en breve y he tenido que abandonar temporalmente a mi compañía de teatro en plena gira europea. Así pues, mis chicos, estarán el Ljubjana, Eslovenia, a mediados de este próximo octubre, donde han sido invitados para representar nuestra exitosa función, Él no como él, de Elfriede Jelinek. Se trata de una obra de un gusto exquisito y de elevado valor moral que, después de dos años de representaciones, ya ha triunfado en Chueca y en varios pueblos de La Mancha. Cuenta con unos actores excelentes y con la proyección en escena de dos obras cinematográficas que yo mismo, el Dr. Malarrama, rodé expresamente para enaltecer el insobornable espíritu vanguardista de la producción. En definitiva, que no se la pueden perder. En
rumbo.es podrán encontrar transporte barato a Ljubjana para mediados de octubre. Están todos invitados. Y si mis palabras todavía no han conseguido convencerles, que lo hagan las imágenes del siguiente trailer promocional de la obra que yo mismo, el Dr. Malarrama, dirigí con esmero:







Y dicho esto, vuelvo a ocuparme de mi equipaje. Tal vez en e-bay pueda conseguir algún quinqué baratito.



Dr. Malarrama.

domingo, 16 de septiembre de 2007

El Dr. Malarrama se va a Alemania


Después de meses de silencio vuelven a entrar ustedes, queridos lectores, en How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb, y empiezan a leer estas líneas con una pregunta en sus mentes, ¿qué ha estado haciendo todo este tiempo el Dr. Malarrama que le ha tenido alejado de nosotros? Esperan encontrar la respuesta a continuación y comienzan ya a quejarse para sus adentros del sinuoso estilo que caracteriza al Doctor, aplazando siempre las respuestas y poniendo en boca de ustedes preguntas hacia las cuales, en realidad, son indiferentes. Por una vez, dejaremos los preámbulos a un lado y les contaré el motivo de la suspensión temporal que han sufrido estas páginas. El Dr. Malarrama ha encontrado el amor.

Sí, el amor. Estas cosas a veces pasan, y puesto que soy hombre de carácter tímido no entraré en detalles, pero quería aprovechar estas líneas para anunciar mi próximo viaje a Alemania, lugar de residencia de mi prometida, Frau Violeta. Alemania, la gran desconocida. Ese país del que tan poco sabemos. Déjenme decirles que estoy un poco nervioso. Sí, de todos es sabido que Alemania es una tierra de gran cultura y gentes educadas. Los niños conocen a Bach y a Beethoven desde su más tierna infancia, y los adultos dirimen sus diferencias con un código estricto de respeto hacia el otro, sin llegar nunca al contacto físico, pues basta sólo un guante y una pistola para limpiar cualquier ofensa. Temeroso de no estar a la altura, he decidido aprender un poco más sobre la Tierra del Rin, y amueblar mi cerebro con la lectura de Goethe, Novalis y Hölderlin. No quiero hacer el ridículo al llegar, así que con ese propósito he modificado también mi atuendo para integrarme mejor en el ambiente:








Gracias a las lecturas que estoy haciendo he descubierto cosas muy interesantes sobre este país de las que quiero hablarles, así que continuaré esta entrada bajo el título del epígrafe siguiente:

Cinco cosas que todo el mundo debe saber sobre Alemania.

1. A lo largo de su vida como estudiante, el alemán medio ha visto al menos cuatro veces Noche y Niebla de Alain Resnais. Dicha película sobre el Holocausto suele ser proyectada en los colegios en numerosas ocasiones, de modo que, cuando el alemán llega a la vida adulta, ha desarrollado un complejo de culpabilidad incurable. Si un alemán les insulta en público, o para el caso, en privado, lo único que tienen que hacer ustedes es responderles con la siguiente pregunta: “¿Qué hizo tu abuelito durante la guerra?”. El ofensor en cuestión se echará a llorar irremediablemente y le pedirá perdón, no sólo a usted, sino a la humanidad entera.


2. Los alemanes beben vino mezclado con agua y comen enormes bolas de patata rellenas de hígado. Nada de tinto de verano: agua le ponen al vino, aunque sea blanco, y cuando no, se lo beben caliente mientras tiritan de frío en la calle. No ponga cara de sorpresa cuando vea una de estas extrañas costumbres, y mucho menos si le hacen partícipes de ellas, cómase el hígado como todo el mundo, no todo va a ser bratwurst mit sauerkraut.


3. Los alemanes son gente trabajadora. ¿Cómo creen ustedes que fue posible el “milagro alemán” de la posguerra? ¿Piensan que un país vencido se reconstruye desde el sillón y con un mando a distancia? Pues no, el alemán se levanta con el canto del gallo para poder tener la mejor industria automovilística de Europa y una seguridad social saneada. Todo esto es para decirles que, si van a Alemania y se quedan en un hotel, póngase en pie antes de las ocho de la mañana. De lo contrario, a esa hora y como un reloj, entrará la mujer de la limpieza para hacer su habitación, sin llamar a la puerta, y se le encontrará a usted en bolinga picada con todas las litronas vacías tiradas por el suelo y provocará un gran escándalo. No se trata de falta de tacto por parte de la trabajadora ni de que tengan poca consideración por la intimidad ajena, muy al contrario: es una cuestión de Imperativo Categórico. A las siete en pie y punto.


4. Al contrario que nosotros, los alemanes respetan y saben valorar la cultura de otros países. No como aquí que, puestos a despreciar, despreciamos hasta lo nuestro. Por ejemplo, Almodóvar: a los alemanes les encanta Almodóvar. Hagan la prueba y entren en un cine a ver Volver en versión doblada (pronúnciese “folfea” en alemán). Verán como todo el público permanece inmóvil en su asiento, con actitud reverencial y sin reírse una sola vez. Claro que, supongo que frases como “este olor a pedo me recuerda a algo” no tienen ni puta gracia en alemán.


5. Los bares y los restaurantes cierran a las 11 de la noche. Si se preguntan qué hacen los alemanes después de esa hora, se lo diré: reciclar. El reciclaje es muy importante en Alemania y hay hasta cinco clases de contenedores diferentes. Ni se le ocurra tirar esas litronas vacías al contenedor rojo. Al principio, tardará un poco de tiempo en poner cada cosa en el contenedor correcto antes de irse a dormir, pero con un poco de práctica conseguirá reducir la duración de dicha tarea a las dos o tres horas que emplea por término medio un alemán todas las noches. Tampoco pongan cara de sorpresa por esto. El alemán se preocupa por el medio ambiente. No en vano los niños pueden repetir Primaria, o ser derivados a una Escuela Técnica, si suspenden el examen de bicicleta de final de ciclo.

Con estos conocimientos y los consejos que les acompañan podrá usted desenvolverse con toda comodidad por Alemania. Yo pienso ponerlos en práctica y debatirlos con los nativos cuando llegue. Confío, con todo esto, no sufrir choque cultural, cuestión que podrán todos usted comprobar en la próxima entrada de How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb: El Dr. Malarrama en Alemania.


Dr. Malarrama.

sábado, 16 de junio de 2007

El Dr. Malarrama se preocupa por el futuro de la humanidad.

Graves peligros amenazan nuestro planeta y el Dr. Malarrama no es ajeno a ellos.


Ya lo decía mi abuelita, la Yaya Malarrama, cuando yo era pequeño y daban las mamachicho por Telecinco: “pero ¿adónde vamos a ir a parar?”. Y, en efecto, mucha gente todavía se hace esa misma pregunta cuando ve los noticiarios en la tele, escucha la cadena COPE o compra La Razón. “¿Adónde vamos a ir a parar?”

Sin embargo, yo no soy una esas personas. Sencillamente, porque ni escucho la radio ni tengo aparato televisor, y el periódico más reciente que ha caído en mis manos este último mes ha sido un New York Herald de 1907 que tuve que robar de una hemeroteca para recortarle el Little Nemo e incluirlo en una página de mi tesis doctoral.

“Se nos para el mundo y el Dr. Malarrama no deja de girar”, dirán ustedes. “Con la de niños que mueren en Biafra todos los días y tú dejándote en el plato la mitad de las criadillas”, decía mi abuela también. Ya les oigo coreando con ella: “así que al Dr. Malarrama se la refanfinfla si bombardean el Líbano, si el Sarkozy se pilla una cogorza en la cumbre del G-8 o si la capa de ozono parece un queso Leerdammer”.

Nada más lejos de la realidad. Yo soy una persona muy comprometida y los avatares del mundo moderno me preocupan como al que más. Como muestra, un botón. El otro día, estando yo en el despacho de la universidad, leí una noticia que me revolvió las entrañas. Me encontraba yo trabajando (como un mulo, por si alguna vez se lo han preguntado) en una mañana de particular estrés: pasando las horas entre enormes tomos de lecturas imprescindibles para mi tesis, nadando entre páginas y páginas de arduos volúmenes para cotejar citas, dejándome los ojos de tanto empollar… Como decía, estaba yo trabajando y ya había conseguido terminar de leerme las tiras de Carlitos y Snoopy cuando, apenas pude limpiarme el sudor de la frente y coger fuerzas para empezar a repasarme la integral de Tintín, cayó en mis manos una noticia que me dejó sin aliento:

“Noventa y nueve superhéroes islámicos compiten contra Batman y Supermán”.

Por lo visto, el islamismo radical acababa de poner su pica en el único territorio cultural que creíamos inconquistable. El cómic de superhéroes.

“Pero ¿adónde vamos a ir a parar?”, me dije. “¡Hasta una cultura otrora tan legendaria y admirable como la árabe”, (otrora me dije: se lo juro), “es capaz en los tiempos que corren de rebajarse así y adoptar los modos fascistas del cómic de superhéroes!”. Y añadí: “el mundo está acabado, ya no hay solución”.

El resto de la noticia confirmaba mi impresión inicial. Leí: “la trama del cómic se remonta al siglo XII, cuando los mongoles invadieron Bagdad con el objetivo de destruir la civilización árabe y, con ella, toda la sabiduría del califato. Para preservar esos conocimientos, se crearon 99 piedras preciosas que albergaron todo ese saber y que fueron llevadas al lugar más remoto del imperio árabe: el reino de Granada en Al Ándalus. Cada una de las piedras otorga a quien la toca uno de los 99 atributos divinos de Allah. Por ejemplo, uno de los personajes es Noura, que significa luz, uno de los atributos de Dios, por ese motivo, ella alumbra a cada persona para que encuentre su bondad interior. Otro de los personajes es Moumita, que significa destructor y que utiliza su poder para destruir todo lo malo.”

Aquello me horrorizó tanto como cuando a Frank Miller le preguntaron qué tema iba a tratar en su
próximo cómic, titulado Batman, Holy Terror!

Fuckin’ Batman kickin’ Osama Bin Laden’s fuckin’ ass, man ─respondió (más o menos).


Fear no more! Porque Frank Miller salvará el mundo con sus dibujicos.

Y entonces pensé en la única super-heroína islámica que conozco. Se trata de Sou-Sou (a.k.a. Mamba Negra) y es de Marruecos. La llamamos así por la siguiente razón. Cada vez que le presentamos a una amiga y ésta, para congeniar y eso, se compadece en voz alta de lo duro que debe ser para una mujer inmigrante y más aún viniendo de una cultura tan machista intentar sobrevivir a los vaivenes de la vida laboral y la salvaje competitividad que intenta desgarrar a dentelladas la dignidad de una mujer luchadora bla bla bla, la Mamba Negra contesta:

─¿Alguna vez has escupido a un hombre a la cara?

Entonces se hace el silencio.

─A mí, cuando me tocan los ovarios ─sigue, sin asomo de broma─, lo que más me gusta es soltar un gapo.

¿Y a quién no? Confiésenlo, escupir a un ser humano es una cosa que todos hemos querido hacer alguna vez. Imagínense que están atados a una silla y, de repente, escuchan un ruido de tacones que se acerca. Es un oficial de las S.S., que viene a interrogarles. “Déme nombres”, le pide, primero amablemente; pero luego, cuando usted se niega a contestar, su voz adquiere un tono de papel de lija. “Déme nombres”, y usted en sus trece; él sosteniendo el cigarrillo entre el dedo índice y el corazón, acerca la mano peligrosamente hacia su cara. “Esto me va a doler más a mí”, dice, y entonces le suelta un sopapo con la mano del cigarrillo. ¿Y qué hace usted? Pues soltarle un gapo en toda la jeta.

Como les iba diciendo, la Mamba Negra tiene estas cosas. No les contaré la cantidad de situaciones indignantes, provocadas por los más bajos representantes del sexo masculino, en las que la Mamba Negra se ha visto envuelta para acabar desarrollando este mecanismo de autodefensa, pero reconozcan, al menos, que como tal mecanismo de defensa es de lo más efectivo. Escupir a la cara es algo a lo que estamos tan poco acostumbrados que, por chunga que sea la víctima a la que has embadurnado con tus mocos, ésta no sabe cómo responder. Ante el shock, se sentirá incapaz de soltar un puñetazo. (En realidad, la única respuesta posible es devolver el escupitajo, pero eso requiere tiempo y preparación, a no ser que estés constipado). Pero, a lo que íbamos, escupir a la cara es algo que mola (y “mola” es la palabra exacta) porque cuando uno lo hace se siente como si fuera miembro de la Resistencia Francesa.

“Poderosas amigas tiene usted, Dr. Malarrama”, estarán pensando. “Primero la Baronesa Lalita y ahora, la Mamba Negra”. Pues la verdad es que sí; tienen razón, podría formar un comando de mujeres asesinas con ellas. Pero déjenme que vaya al grano, porque lo que quería hacer hoy es presentarles a la Mamba Negra en acción y contarles la historia que la convirtió en leyenda.

Verán, lo cierto es que hará así como un año, la Mamba Negra se presentó en el aeropuerto de Bristol, sección de aduanas, con una enorme caja de cartón en la cual estaba impreso un enorme rótulo con las siglas TNT, y debajo de éste, la leyenda: “Frágil, no agitar”. Ante el estupor de los picoletos anglosajones, que examinaban ojipláticos el contenido de la caja en la pantalla del radar, la Mamba Negra, quien por aquel entonces era sólo Sou-Sou, tendió con confianza su pasaporte a uno de los guardias.

Entonces, el encargado del radar le preguntó:

─Señorita, la pantalla muestra que ahí dentro hay componentes electrónicos ¿Qué es lo que lleva en la caja?
─No estoy segura ─contestó ella─, pero creo que son piezas de avión.
─¿Piezas de avión? Pero, ¿por qué trae esto a Inglaterra?
─Y a mí que me cuenta. Yo sólo sé que tengo que entregarle la caja a un tipo que me espera fuera del aeropuerto.

Los guardias se miraron entre ellos.

─Señorita, aquí dice que es usted es de Marruecos.
─Así es ─dijo ella.
─¿No ha oído usted hablar del tratado de Shengen?
─¿Qué coño es el tratado de Shengen? ─preguntó la Mamba Negra, a quien ya le estaban empezando a tocar los ovarios.

Háganse una imagen. Aeropuerto de Bristol, una mujer joven con rasgos árabes, sin los papeles en regla para entrar en Inglaterra y con una enorme caja que dice TNT. ¿Se puede ser más terrorista? Pues esto último es lo que debieron pensar los guardias de aduanas, porque en menos tiempo del que se necesita para leer un cuento de Monterroso, la llevaron al cuartelillo, donde le esperaba un guardia con aspecto de armario ropero, con las manos extendidas hacia ella, listo para cachearla.

Aquello fue la gota que colmó el vaso.

─Cabrón, tú a mi no me tocas ─le gritó a la cara, aprovechando para poner en marcha sus glándulas salivales─. No tits, no ass, you motherfucker ─y mientras pronunciaba cada una de las sílabas se le iba acumulando una mezcla de saliva y mocos en la boca─. Si quieren cachearme, que me traigan a una mujer.

Y ¡zas! Ahí que le soltó todo lo verde en la cara.

El guardia no daba crédito. Jamás había visto nada parecido y, como les dije, no supo cómo reaccionar. Así se que salió de la habitación accediendo a la petición de la Mamba Negra y solicitar la intervención de una agente femenina para proseguir con el cacheo.

─¡Y que no sea lesbiana! ─exigió la Mamba Negra antes de que el guardia saliera de la habitación.

Ya no hacen mujeres como las de antes.

Sé que no se han creído nada de lo que les he contado. Pero les juro por mis gafas de Hunter S. Thompson que es totalmente cierto. Lo que pasa es que la verdad no siempre resulta verosímil, así que intentaré arreglarlo contestando a algunas preguntas que se estarán haciendo.

¿Cómo llegó la Mamba Negra a meterse en una situación tan sospechosa? Sencillo. Su cuñada trabaja en la empresa de mensajería TNT (ya veo que están empezando ustedes a atar cabos; así me gusta: lectores inteligentes) y, de cuando en cuando, confían envíos especiales a gente de confianza, valga la redundancia. La Mamba Negra se prestó a uno de estos envíos. El problema es que, a pesar de haber adquirido el apellido Muñonez por matrimonio, y poder moverse libremente por la Unión Europea, al no haber firmado Inglaterra el tratado de Shengen, no puede entrar en dicho país hasta que no haya conseguido la nacionalidad. Cosa que la Mamba Negra (y cualquier persona con sentido común) no sabía.

¿Cuál es la moraleja de esta historia? La resumiré en una sola frase: “la mejor forma de solucionar las injusticias que hacen sombra sobre nuestra existencia es a base de escupitajos”.

Bueno, quizá esa no sea la moraleja. Pero lo que es cierto que es que la Mamba Negra no necesita ninguna puta piedra de Al-Ándalus para luchar contra el mal y hasta el mismísimo Frank Miller se mearía por la pata abajo si tuviera que encontrarse con una mujer con los ovarios la mitad de bien puestos que la Mamba Negra.

Olvídense de esas bobadas de superhéroes. Los verdaderos héroes están entre nosotros. Y creo que esta es la moraleja a la que quería llegar, pero no me hagan mucho caso porque no estoy del todo seguro.




Dr. Malarrama.

martes, 5 de junio de 2007

El Dr. Malarrama da una lección de arquitectura (vol. 2)

Hoy, en La Hora Barroca del Dr. Malarrama, nuestro periplo artístico abandona el género de la comedia y, al más puro estilo detectivesco, nos lleva a descubrir una serie de sangrientas casualidades.




En nuestro episodio anterior, el Dr. Malarrama viaja a Londres para seguir la pista de Nicholas Hawksmoor, arquitecto barroco y asesino en serie. Lo que en principio comienza como un apacible paseo por el mundo del arte, con sus tirabuzones blancos y sus dentaduras podridas, se convierte en una investigación criminal. El célebre arquitecto pudo tramar la muerte del hijo de su jefe de obra en un intento de imitar la costumbre de los druidas celtas de santificar el suelo de sus construcciones con sangre de joven virgen. Se da la casualidad también de que, 150 años más tarde, Jack el Destripador mata a cinco prostitutas en el londinense barrio de Whitechapel y esparce los cadáveres en las proximidades de la iglesia donde Hawksmoor cometió su tropelía. Después de visitar el lugar del crimen, el Dr. Malarrama se acerca a otra de las iglesias de Hawksmoor, St. George-in-the-East, y descubre algo que le deja boquiabierto. Y es aquí donde continúan las aventuras del Dr.:





St. George-in-the-East se encuentra entre Cable Street y The Highway. Para una zona con un pasado tan oscuro como ésta, el nombre de la última calle (literalmente: “la gran vía”) resulta sospechosamente genérico, como si tuviera algo que ocultar. Y, en efecto, tiene algo que ocultar. The Highway no es más que la nueva denominación de la infame Ratcliffe Highway, donde tuvo lugar el crimen más espantoso de la primera mitad del siglo XIX en Inglaterra. El 7 de Diciembre de 1811, un tal John Williams entró en la tienda de los Marr, un comercio de tejidos, y acabó con la vida de Timothy Marr, su esposa Celia y el hijo de ambos, un bebé de tres meses de edad, al que Williams destrozó la cabeza con un mazo. Doce días más tarde, Williams mató a otras tres personas. Considerando tan horripilante historial, no es de extrañar que cambiasen el nombre de la calle.

Ya era una casualidad importante que esos hechos hubieran ocurrido al lado de una de las iglesias de Hawksmoor, cosa que se repetiría 77 años más tarde en Whitechapel con Jack el Destripador. Pero lo que resultaba más chocante era la significación especial que tenían ambos crímenes, los de Williams y los del Destripador. Si al segundo la prensa lo convirtió en el asesino en serie más conocido de la historia, fueron los crímenes de Williams los primeros en tener una repercusión pública masiva. El siglo XIX comenzaba con los primeros titubeos de la prensa sensacionalista, y los crímenes de la Ratcliffe Highway fueron el abono que alimentó el terreno donde crecería Jack el Destripador. Éste nunca hubiera existido, o al menos no como figura mítica creada por la prensa, si los nuevos medios impresos no hubieran conseguido poner a prueba su poder para provocar una contagiosa oleada de paranoia al cubrir los crímenes de la Ratcliffe Highway. La recién nacida prensa sensacionalista fue el primer punto de unión entre ambos crímenes.

El segundo era, por supuesto, las iglesias de Hawksmoor.

John Williams, el asesino de la Ratcliffe Highway fue sentenciado y colgado en público. No se supo dónde estaba enterrado hasta 1886 (dos años antes de los crímenes del Destripador). Una compañía de gas efectuaba una serie de excavaciones en el cruce de Cable Street y Comercial Road y, accidentalmente, encontraron los restos de John Williams. ¿Saben lo que le había hecho la muchedumbre después de colgarlo? Clavarle una estaca en el corazón. ¿Y saben donde quedaba el cruce en el que encontraron el cadáver? Pues al lado de St. Georges-in-the-East, la iglesia de Hawksmoor.

Hasta 1823, año en que un Acta del Parlamento acabó con la costumbre, era común enterrar a los criminales y a los suicidas en los cruces de caminos. Cualquier cruce de caminos valía para un criminal, pero en el caso de los suicidas se procuraba que el cruce quedara cercano a una iglesia pues, aunque no podían ser enterrados en suelo santificado, cuanto más cercano quedara éste mejor podría descansar el finado. ¿Por qué pues seguir la misma costumbre con John Williams si éste era un criminal? ¿Qué sentido tenía enterrarlo tan cerca de St. Georges-in-the-East, especialmente si tenemos en cuenta que en el cementerio de dicha iglesia yacían los cuerpos de la familia Marr, cuyo descanso podría ser perturbado por la cercanía del asesino?

Fui pensando en todas estas incógnitas durante el viaje en metro a Charing Cross Road, y anduve un rato hasta el Soho, donde había quedado con mi hermano, el Coronel Malarrama, que ultimaba su caza de joyas descatalogadas en una tienda de discos y videos.

─¿Ya has descubierto al asesino? ─me preguntó con tono un tanto socarrón mientras examinaba un vinilo de cuando David Bowie aún se llamaba David Jones.

Le conté a mi hermano, el Coronel Malarrama, lo que había descubierto.

─Pero todo eso ya lo dijo Alan Moore en From Hell ─contestó mientras sus ágiles manos alcanzaban la sección de DVDs de terror, donde había localizado una película de su actor favorito, El Ansia.



─No es verdad. En From Hell no hay ninguna referencia al niño que mató Hawksmoor.
─No mató a ningún niño. Se cayó de un andamio ─y siguió rebuscando entre los DVDs.
─Vaya, qué casualidad, ¿no? ¿Y qué me dices del hijo de los Marr, que está enterrado en St. George-in-the-East?
─Eso ocurrió casi 100 años después de lo del andamio ─dijo sacando un nuevo DVD de la estantería.
─Bueno, pero… ─la verdad es que no había caído en ese detalle─. ¿Y el cadáver de John Williams? ¿Por qué estaba enterrado de ese modo tan extraño? Una estaca en el corazón, un cruce, una iglesia… ¿Por qué lo habían de enterrar al lado de una iglesia?
─Ingenuo ─respondió poniendo en mi mano el DVD que había encontrado.
M. el Vampiro de Düsseldorf.

El Coronel Malarrama tenía razón. El imaginario colectivo con frecuencia ha relacionado la mitología vampírica con el asesinato de infantes. No en vano, a Peter Kurten, el asesino de niños alemán que actuó en 1929 y 1930, se le llamó el “vampiro de Düsseldorf”. Por no hablar de Mohammed Bijeh, el asesino en serie que mató en Irán a 20 niños y que fue ejecutado en 2005, cuando todo el mundo le conocía ya por el sobrenombre de “El vampiro de Teherán”. Estaba claro por qué el populacho había clavado una estaca en el corazón de John Williams y luego le habían enterrado en un sitio donde dos caminos formaban una cruz cerca de terreno santo. Para que su alma nunca pudiese descansar.

Perfil Meetic de Nicholas Hawksmoor. Profesión: arquitecto. Hobbies: las pelucas blancas, la egiptología y los niños.

─Natural, pero ¿qué tiene eso que ver con tu arquitecto? ─preguntó mi hermano, el Coronel Malarrama.
─Por virtud del Acta del Parlamento de 1711, se ordenó construir cincuenta iglesias en Londres, de las cuales la mayoría fueron diseñadas por Hawksmoor. Sólo llegó a construir seis, entre ellas la Christchurch de Whitechapel y St. George-in-the-East. Hawksmoor estaba obsesionado con la alineación de sus iglesias y llegó hasta el punto de amenazar a los comerciantes de la Ratcliffe Highway para que les vendieran sus locales de modo que pudiese utilizar esos terrenos para orientar la posición y la fachada de su iglesia tal y como él quería. No lo consiguió. Los comerciantes se negaron a vender sus tiendas. 100 años más tarde un hombre asalta la tienda de los Marr y los mata.
─Así que tu arquitecto se levantó de la tumba después de 100 años para santificar la tierra de su iglesia con sangre virgen. Total, que se equivocaron y le clavaron la estaca al vampiro equivocado.
─¿Y qué hay de las alineaciones de las iglesias?
─¿Qué alineaciones?
─Todas las iglesias de Hawksmoor están llenas de símbolos egipcios. Los obeliscos, entre ellos. Una de sus iglesias, St. Anne en Limehouse, está construida exactamente igual que un templo egipcio, con la fachada orientada hacia una salida al mar: el río Támesis. A principios del siglo XX se encontró en una excavación cerca de la iglesia restos de cerámica egipcia. ¿Cómo podía saber Hawksmoor que los egipcios habían llegado a Londres mucho antes de que lo hicieran los romanos?
─¿Qué tienen que ver los egipcios con los asesinatos de niños?
─Se rumorea que el niño que murió al caer del chapitel de Christchurch no fue el primero. Que Hawksmoor pudo haber ido matando a un niño por cada iglesia que construyó.
─¿Y eso dónde lo has leído?
─En una novela. La sombra de Hawksmoor, de Peter Ackroyd.
─Ya, en una novela…
─(…)
─Estás obsesionado ─dijo mi hermano, el Capitán Malarrama, mientras se dirigía a la caja con el material que había encontrado: seis vinilos de David Bowie y las películas El ansia, El hombre que cayó a la tierra, Feliz navidad, Mr. Lawrence y Laberinto─ Esta última ya la tengo ─aclaró─, pero así tengo una copia de repuesto por si se desgasta la otra.

Enfurecido, abrí mi mapa de Londres encima de la mesa del dependiente, a quien le quité un rotulador rojo, uno verde y otro negro que, por casualidad, llevaba en bolsillo de la camisa.

─¡Marca en el mapa la iglesia de Christchurch! ─le dije a mi hermano, el Coronel Malarrama─ ¡Marca te digo!
─No te pongas así, hombre.
─Marca ahora St. George-in-the-East.
─¿Contento?
─Y el resto de sus iglesias: St. Anne en Limehouse, Mary Woolnoth y St. George en Bloomsbury.
─Muy bien.
─No te olvides de St. Luke Old Street y St. John Horselydown, sus chapiteles con forma de obeliscos también eran de Hawksmoor.

El dependiente nos miraba con estupor.

─¡Ahora une los puntos! ─le dije a mi hermano, el Coronel Malarrama─ ¡Une los puntos, te digo!

El Coronel Malarrama me miró y luego volvió a clavar la vista en el mapa. Su infalible instinto le hizo dibujar la única figura que los puntos podían sugerir:



Sí, queridos lectores. El ojo de Horus. Hijo de Osiris, dios egipcio cuyo cuerpo fue despedazado y esparcido por todo Egipto.
¿Y qué hay en el lugar que ocupa la pupila del ojo de Horus que Hawksmoor dibujó en el suelo de Londres?
La iglesia de Christchurch, alrededor de la cual Jack el Destripador esparció los cuerpos despedazados de cinco mujeres.




─Se olvida de algo, mate ─dijo el dependiente.
El Coronel Malarrama y yo levantamos los ojos del mapa.
─El animal que simboliza a Horus es el halcón ─continuó el dependiente─. Y Hawksmoor significa literalmente: “el halcón de la marisma”.
─Pero… ¿usted conoce a Nicholas Hawksmoor? ─pregunté.
─Sure ─contestó─ Aquí todo el mundo conoce esa historia, mate. Aquí en Londres nos pirra todo lo que tenga que ver con el Barroco. Lo del ojo de Horus aparece en un libro de poemas de Iain Sinclair, Lud Heat.
Mi hermano, el Coronel Malarrama, se llevó la mano a la boca para taparse las risitas.
─Pues si son ustedes tan listos aquí en Londres, dígame ¿qué es el arte? ─dije, retomando la pregunta que me había llevado a tan largo viaje.
─El arte, mate ─contestó el dependiente─. Es establecer relaciones entre cosas que nunca estuvieron ni jamás podrán estar relacionadas.
Así que, desde entonces, cuando me paran por la calle y me preguntan “¿qué es el arte?”. “¿Sirve para algo acaso? ¿Qué es el arte, Dr. Malarrama?”. Cuando lo hacen, yo contesto sin decir nada, con una sonrisa y guiñando el ojo mientras pienso en el ídem de Horus dibujado sobre el plano de Londres.


Dr. Malarrama

jueves, 31 de mayo de 2007

El Dr. Malarrama da una lección de arquitectura (vol. 1)

¡La Hora Barroca del Dr. Malarrama!

“¿Qué es el arte?”, me dicen con frecuencia. “¿Es genio o simple maña?”. “¿Sirve para algo acaso?”. Me preguntan por la calle: “¿Qué es el arte, Dr. Malarrama?”. Y cuando lo hacen, yo contesto sin decir nada, con una sonrisa y un guiño de ojo enigmático.

Sin embargo, a ustedes, a los fieles seguidores de How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb, no les ocultaré la respuesta a este misterio que ha tenido en vilo a la humanidad desde el principio de los tiempos:

El arte es aquello que nos trasmite elevados valores morales, haciéndonos entrar en contacto con la belleza y transformándonos, por ende, en mejores personas. Con ese mismo fin, hacer de ustedes seres humanos insuperables, How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb dedica todos los meses su sección fija La Hora Barroca del Dr. Malarrama a tratar la obra artística de alguno de esos prohombres con pelucón que proliferaron por las cortes europeas y los salones aristocráticos durante el periodo más jocoso y pachanguero de la historia del Viejo Continente. Hoy, tenemos con nosotros una de las historias más edificantes de aquellos años locos: la de Nicholas Hawksmoor, arquitecto barroco y asesino en serie.


“¿Y qué sabe usted de arquitectura, Dr. Malarrama?”, se dirán. Pues nada, pero de asesinos en serie algo se me quedó de las reuniones que sobre este tema y su manifestación en la novelística del siglo XX, hará dos o tres años, solía mantener con mi exdirector de tesis, un encantador caballero escocés que impartía su asignatura sobre Geoffrey Chaucer con un manual escrito por Terry Jones, el de los Monty Python. “Vaya a Londres, Malarrama”, me decía. “Está en esa región de la Gran Bretaña aún por civilizar que se llama Inglaterra, pero para nosotros, los amantes del lado menos amable de la vida, guarda secretos temibles aún por descubrir. Sí, Malarrama, Londres: una ciudad construida sobre un lecho de sangre”.

Atraído por las enormes promesas turísticas que contenían las palabras de mi exdirector escocés, volé a Londres en compañía de mi hermano, el Coronel Malarrama.

Recuerdo haber leído por primera vez el nombre de Nicholas Hawksmoor en From Hell, una novela gráfica de Alan Moore y Eddie Campbell donde se trata de establecer un vago (y fantasioso) vínculo entre una de las iglesias de este arquitecto, Christchurch Spitalfields en el londinense barrio de Whitechapel, y los asesinatos de Jack el Destripador, ya que, por lo visto, dicho caballero, Jack, sembró todo el barrio de cadáveres de señoritas, los cual fue abandonando por la calle en torno a un patrón circular, cuyo centro es aproximadamente la iglesia en cuestión. Visitar dicha iglesia era el objetivo fundamental de mi viaje, que ya se me anticipaba lleno de grandes diversiones, la mayor de las cuales, aun sin carecer de ciertas cualidades estéticas, nada tuvo que ver con el Arte, ya que tuvo lugar en aquella hilarante ocasión en que un maître londinense, una de las noches de nuestra visita, nos escupió en el ojo al final de la siguiente conversación:

─¿Desean algo de beber los caballeros?

─Un par de copas de tintorro ─contesté yo.

El chef alzó sólo una de sus cejas y replicó con sarcasmo:

─QUÉ clase de vino tinto…

A lo que yo, después de haber echado un vistazo a la carta y comprobado el precio más barato, respondí con absoluta confianza en mi elección:

─Chardonnay, please.

Y aquí fue cuando escupió.

Pero, aunque todos ustedes se estarán preguntando cómo pudo el maître acertar en sendos ojos (el mío y el del Coronel) a través de las gafas de sol, es esa una historia que tendremos que dejar para otra ocasión. De momento nos encontramos frente a la iglesia de Christchurch Spitalfields (Spittle: "salivazo", "escupitinajo"), con su ominoso capitel haciendo sombra sobre el Coronel y el Dr. Malarrama como un puñal alzándose al cielo.

La iglesia de Christchurch en Whitechapel, el Mal Rollo como una de las Bellas Artes.

─¿Y qué tiene de terrible y ominoso esa puta iglesia? ─dijo mi hermano, el Coronel Malarrama, con enternecedora inocencia.

─Fíjate en los detalles paganos de la fachada. El portal dórico, por ejemplo. Ese tipo de portal es muy raro en los templos cristianos. En cambio, era característico de Vitrubio, a quien se ha podido identificar como uno de los primeros arquitectos dionisíacos.

─¿Quién? ─dijo mi hermano, el Coronel Malarrama, mientras, cada vez más interesado por mi relato, echaba un ojo al reloj.

─Dioniso, el dios del Chardonnay y del exceso, pero también dios del falo. Fíjate en ese capitel con forma de obelisco. Ese tipo de construcciones puntiagudas son típicas de Hawksmoor. Igual que los arquitectos dionisíacos, Hawksmoor estaba obsesionado por los símbolos egipcios. Y por las construcciones celtas.

─Mira, hay una tienda de discos por aquí a la que me gustaría echar un vistazo, voy a…

─Los celtas hacían que sus druidas santificaran el suelo antes de construir sus templos. Para ello, bañaban la tierra con sangre de un joven, o una joven, virgen. Cuando Nicholas Hawksmoor terminó de construir Christchurch en 1729 le pidió un favor a su jefe de obra. Por aquella época era costumbre que el hijo del jefe de obra pusiera la última piedra de la iglesia recién terminada. En el caso de Christchurch, la última piedra se tenía que colocar en lo más alto del campanario. El jefe de obra de Hawksmoor consideró todo un honor que su hijo subiera allá arriba. Así que, dicho y hecho, el niño escaló andamio por andamio hasta que, una vez en el último, pisó el tablón con tan mala suerte que, al estar éste podrido, cedió bajo su peso y el niño se estrelló contra el mismísimo pórtico de la iglesia. Hawksmoor le dijo entonces a su jefe de obra: “ya que tu hijo se ha muerto a los pies de mi iglesia, lo más lógico es que lo enterremos aquí mismo, ¿no crees?”. Y allí sigue el cadáver del niño, enterrado bajo la iglesia y santificando el suelo con su sangre.

Silencio absoluto.

─Coronel… ─dije mirando a mi alrededor─ ¿Dónde está usted, Coronel?

Mi hermano, el Coronel Malarrama, se había ido a su tienda de discos.

El Arte, como venía diciendo, es aquello que nos convierte en mejores seres humanos, pero el inconveniente que tiene es que lo que es arte para uno, no tiene porque serlo también para otro. Mientras mi hermano, el Coronel Malarrama, rebuscaba entre pilas de vinilos descatalogados de David Bowie, yo me dirigí al encuentro de otra de las iglesias de Nicholas Hawksmoor, dando un paseo hacia el sur mientras silbaba alegremente Eine Kleine Nachtmusik. Al final del segundo movimiento [Romanze (Andante)] llegué a mi destino, St. George-in-the-East. Lo que allí vi me dejó en un principio desconcertado, pero luego, estupefacto.




St. George-in-the-East: Londres era una fiesta.

En uno de los edificios de la calle donde se encontraba St. George-in-the-East figuraba una placa con el nombre de la vía. Dicho nombre, “The Highway”, me decía bien poca cosa, pero algo en él me resultaba, sin embargo, familiar. Me daba la sensación de haber encontrado antes ese mismo nombre, o al menos parte de él, en el contexto de alguna de las investigaciones criminales en las que había participado con mi exdirector escocés. Consulté una de las guías turísticas que había traído conmigo, El asesinato considerado como una de las Bellas Artes de Thomas De Quincey, y de repente, se hizo la luz.

Le habían cambiado el nombre a la calle.

Y no me extrañaba, después de lo que había pasado allí.

Es lo que tiene el arte. Uno cree ser original cuando se pone a pintar sus monas, pero luego descubres que alguien había hecho lo mismo mucho antes que tú. Jack el Destripador podía haber matado a todas sus víctimas en torno a la Christchurch de Whitechapel; pero allí, en la antigua Ratcliffe Highway, otra persona se le había adelantado.

Y justo delante de otra de las iglesias de Nicholas Hawksmoor.

¡Ah, el Arte!


(Continuará)


Dr. Malarrama.

jueves, 10 de mayo de 2007

El Dr. Malarrama les presenta a una amiga.


Hoy es día de presentaciones.

Los asiduos a How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb saben que todos los meses el Dr. Malarrama dedica una entrada de su blog al ganador del concurso literario del mes. La ganadora de Mayo es la inefable Baronesa Lalita, quien nos acompañará a lo largo del día de hoy.
"No me suena ese título", dirán aquellos de ustedes que sean expertos en genealogías aristocráticas. "¿En qué lugar exacto de España se encuentra el baronazgo de los Lalita?".

No sigan, capto la ironía. Como bien sospechan, el título nobiliario de Lalita no fue adquirido por herencia familiar. Muy al contrario, lo consiguió por su propio esfuerzo. Si mal no recuerdo que nuestra amiga de Moratalaz empezó a utilizar el título de Baronesa allá por la época en la que se unió a un grupo de amigos zombis y, juntos, se hicieron pasar por miembros de un colectivo activista denominado La Hermandad del Águila Imperial, entre cuyas acciones sociales se encontraban: divulgar textos incendiarios promoviendo la anexión militar de Marte y elogiando los senos de Julie Andrews, organizar excursiones a la Playa de la Concha donde todos los años celebraban el concurso anual de bunkers de arena y un festival de dramatizaciones del desembarco de Normandía; y otras actividades como boicotear supermercados franceses, o embarcarse en una larga y comprometida labor educativa para refrenar los nefandos gustos en el vestir de las jóvenes españolas de hoy en día y devolverles el mundo de las faldas largas, los bañadores de cuerpo entero y los sombreros de ala ancha; misión esta última de la que se encargó nuestra amiga, valiéndose de la autoridad que le daba su nombre de Baronesa. Incluso yo, el Dr. Malarrama, formé parte de La Hermandad del Águila Imperial, y fui encargado de la Delegación Cultural, empleando casi todo su presupuesto en subvencionar largas y elaboradas odas a la mejor cantante española de todos los tiempos, Cecilia, para levantar la moral e incendiar las almas de los miembros de la Hermandad.
Éramos jóvenes.

Pero corramos de momento un tupido velo sobre nuestro pasado ideológicamente, ¿cómo llamarlo?... sí: "confuso", porque intuyo que ustedes quieren saber ya cómo es la Baronesa Lalita, sin más preámbulos. Lo que les voy a contar ahora les dará una idea. Les he hablado de El Moderator, ¿no es así? Nuestro venerado e ilustre líder, ¿verdad? El ohcapitanmicapitán de los destinos zombis, ¿cierto? Pues no. El poder de El Moderator no es tan monolítico como ustedes piensan. Existe una mano en la sombra, un power-that-be a quien el mismísimo El Moderator teme. ¿De quién se trata? Pues de la Baronesa Lalita.

Háganse una idea. En cierta ocasión, El Moderator se llevó a sus zombis de convivencias a Valladolid. Bueno, en realidad lo hace todos los años, ya que el Festival de Cine de Valladolid es el lugar ideal para comer lechazo y ver películas de Conchita Velasco, las dos pasiones primigenias de El Moderator. Esta vez, tuvimos una tragedia. Baronesa Lalita estaba afónica. ¿Qué dicen? ¿Que no parece tan grave? Eso es porque todavía no la conocen. La fuente del poder de Lalita es lingüística. Esto es, la Baronesa tiene la costumbre de rajar sin piedad, lanzando invectivas atómicas a diestro y siniestro; haciendo retruécanos de cualquier pusilánime intento de su interlocutor por defenderse, devolviéndole el golpe en toda la cara como un bumerán de acero; montando la madre de todos los pollos ante ante cualquier muestra de modales indignos para una Baronesa. En resumen, su lengua es un arma de destrucción masiva. Por eso la admiramos.

Pero, como digo, ese año, en Valladolid, estaba afónica. La Baronesa Lalita, mujer de muchos ardides, como Odiseo, se hizo con un cuaderno para comunicarse con sus amigos zombis como en los viejos tiempos de su juventud, aquellos de la foto que les hemos regalado arriba, con pluma y tintero. Con tal fin, Baronesa Lalita redactó todo tipo de frases estándar en el cuaderno, una en cada página, de modo que le bastaba con buscar la frase más apropiada para cada momento y enseñársela a su interlocutor, o interlocutores, para comunicarse sin necesidad de usar la pluma cada vez que quería expresarse. Recuerdo que en el cuaderno había frases de uso cotidiano como "¿No os parece que el cine de Kiarostami está lejanamente entroncado con la obra de Tarkovsky?", "He fundido la Visa a base de facturas del Corte Inglés" y "Sois un desperdicio de hombres". Sin embargo, según se sucedían las cervezas, los cigarrillos y las tertulias, se hizo evidente que la Baronesa Lalita sólo iba a necesitar una de las páginas del cuaderno durante toda la estancia en Valladolid. La página que decía: "Hijos de Puta".

Que algún zombi hablaba a destiempo, la Baronesa Lalita plas, plas, plas, plas, buscaba la página donde estaba el enorme rótulo de "Hijos de Puta". Que alguien mencionaba el nombre de Rufus Wainwright en vano, plas plas plas, "hijos de puta". Que salía alguna referencia al portentoso nivel de ingresos mensual de la Baronesa, plas plas, "hijos de puta".

"Hijos de puta", plas, "hijos de puta". Se hacen una idea, ¿no?

Pues bien, una de las noches, El Moderator nos llevó cenar a un restorán de alcurnia. Indignos nosotros nos desplazamos al lugar y allí estábamos comiendo lechazo y debatiendo sobre las piernas de Conchita Velasco, cuando hete aquí que a los postres, el Dr. Malarrama advierte a El Moderator de la presencia de un personaje singular. Desde el fondo de la sala se acerca un hombre oriental escoltado por dos jóvenes, varón y hembra, de cuyas solapas cuelgan sendas acreditaciones del festival.

-Es Ang Lee -susurré discretamente al oído de El Moderator.

Con su nonchalance habitual, El Moderator se levantó (seguido de cerca por mí) e inició su aproximación hacia el realizador de cine que, aunque todavía no había hecho ninguna película con Conchita Velasco ya le gustaría ponerla a dar saltos y patadas o, en su defecto, colorearla digitalmente de verde. Cuando apenas estaba a cinco metros de él, la joven, no Conchita Velasco, que debía de ser relaciones públicas del festival, interpuso su mano en señal de stop deteniendo el avance de El Moderator.

-Mr. Lee -dijo entonces el líder zombie, con su elegante espiquinglis de Oxford-. You, us, me, him, photo.
-El señor Lee no tiene tiempo para fotos -contestó la joven por él.
-¿Cómo dice señorita? -replicó nuestro cabecilla.
-El señor Lee n-o t-i-e-n-e t-i-e-m-p-o p-a-r-a f-o-t-o-s.
-Perdone, joven -la interrumpí-. Pero, ¿sabe usted con quién está hablando?
Ang Lee se impacientaba.
-Ni lo sé -exclamó furiosa la acompañante-. Ni me importa.
-Es El -respondí.
-¿Él? -preguntó ella.
-Moderator -dijo nuestro amado líder- El Moderator.

La joven bajó la mirada de inmediato y nos entregó a Ang Lee, con quien acto seguido nos tomamos esta foto El Moderator y yo.





Satisfecho de su poder, El Moderator se despidió amablemente del señor Lee en un exquisito inglés de Cambridge (nuestro cabecilla domina una amplia variedad de acentos anglosajones) y se dispuso a volver a su asiento. Por suerte estaba yo allí para avisarle del espantoso error que estaba a punto de cometer. Enseguida le indiqué que mirase en dirección a la Baronesa. La Baronesa Lalita había clavado sus ojos inyectados en sangre en el rostro de El Moderator, mientras sus manos eran un frenesí de pasar páginas, plas plas plas plas plas plas,... El Moderator, aterrado, se dio la vuelta y se lanzó en dirección a Ang Lee.

-Mr. Lee -aulló-. Photo, photo, together, together...
-¿Y ahora que quiere este tío? -preguntó el director oriental a la joven en perfecto castellano.
-¡Together all the friends, photo! -aclaró El Moderator.

Frase que hizo posible la existencia de esta otra foto:




Si alguna vez se preguntaron por qué la Baronesa Lalita sale tan resplandeciente en las fotos y pensaron que, tal vez, era felicidad, ahora ya saben la respuesta. Es PODER.



Dr. Malarrama.