sábado, 16 de junio de 2007

El Dr. Malarrama se preocupa por el futuro de la humanidad.

Graves peligros amenazan nuestro planeta y el Dr. Malarrama no es ajeno a ellos.


Ya lo decía mi abuelita, la Yaya Malarrama, cuando yo era pequeño y daban las mamachicho por Telecinco: “pero ¿adónde vamos a ir a parar?”. Y, en efecto, mucha gente todavía se hace esa misma pregunta cuando ve los noticiarios en la tele, escucha la cadena COPE o compra La Razón. “¿Adónde vamos a ir a parar?”

Sin embargo, yo no soy una esas personas. Sencillamente, porque ni escucho la radio ni tengo aparato televisor, y el periódico más reciente que ha caído en mis manos este último mes ha sido un New York Herald de 1907 que tuve que robar de una hemeroteca para recortarle el Little Nemo e incluirlo en una página de mi tesis doctoral.

“Se nos para el mundo y el Dr. Malarrama no deja de girar”, dirán ustedes. “Con la de niños que mueren en Biafra todos los días y tú dejándote en el plato la mitad de las criadillas”, decía mi abuela también. Ya les oigo coreando con ella: “así que al Dr. Malarrama se la refanfinfla si bombardean el Líbano, si el Sarkozy se pilla una cogorza en la cumbre del G-8 o si la capa de ozono parece un queso Leerdammer”.

Nada más lejos de la realidad. Yo soy una persona muy comprometida y los avatares del mundo moderno me preocupan como al que más. Como muestra, un botón. El otro día, estando yo en el despacho de la universidad, leí una noticia que me revolvió las entrañas. Me encontraba yo trabajando (como un mulo, por si alguna vez se lo han preguntado) en una mañana de particular estrés: pasando las horas entre enormes tomos de lecturas imprescindibles para mi tesis, nadando entre páginas y páginas de arduos volúmenes para cotejar citas, dejándome los ojos de tanto empollar… Como decía, estaba yo trabajando y ya había conseguido terminar de leerme las tiras de Carlitos y Snoopy cuando, apenas pude limpiarme el sudor de la frente y coger fuerzas para empezar a repasarme la integral de Tintín, cayó en mis manos una noticia que me dejó sin aliento:

“Noventa y nueve superhéroes islámicos compiten contra Batman y Supermán”.

Por lo visto, el islamismo radical acababa de poner su pica en el único territorio cultural que creíamos inconquistable. El cómic de superhéroes.

“Pero ¿adónde vamos a ir a parar?”, me dije. “¡Hasta una cultura otrora tan legendaria y admirable como la árabe”, (otrora me dije: se lo juro), “es capaz en los tiempos que corren de rebajarse así y adoptar los modos fascistas del cómic de superhéroes!”. Y añadí: “el mundo está acabado, ya no hay solución”.

El resto de la noticia confirmaba mi impresión inicial. Leí: “la trama del cómic se remonta al siglo XII, cuando los mongoles invadieron Bagdad con el objetivo de destruir la civilización árabe y, con ella, toda la sabiduría del califato. Para preservar esos conocimientos, se crearon 99 piedras preciosas que albergaron todo ese saber y que fueron llevadas al lugar más remoto del imperio árabe: el reino de Granada en Al Ándalus. Cada una de las piedras otorga a quien la toca uno de los 99 atributos divinos de Allah. Por ejemplo, uno de los personajes es Noura, que significa luz, uno de los atributos de Dios, por ese motivo, ella alumbra a cada persona para que encuentre su bondad interior. Otro de los personajes es Moumita, que significa destructor y que utiliza su poder para destruir todo lo malo.”

Aquello me horrorizó tanto como cuando a Frank Miller le preguntaron qué tema iba a tratar en su
próximo cómic, titulado Batman, Holy Terror!

Fuckin’ Batman kickin’ Osama Bin Laden’s fuckin’ ass, man ─respondió (más o menos).


Fear no more! Porque Frank Miller salvará el mundo con sus dibujicos.

Y entonces pensé en la única super-heroína islámica que conozco. Se trata de Sou-Sou (a.k.a. Mamba Negra) y es de Marruecos. La llamamos así por la siguiente razón. Cada vez que le presentamos a una amiga y ésta, para congeniar y eso, se compadece en voz alta de lo duro que debe ser para una mujer inmigrante y más aún viniendo de una cultura tan machista intentar sobrevivir a los vaivenes de la vida laboral y la salvaje competitividad que intenta desgarrar a dentelladas la dignidad de una mujer luchadora bla bla bla, la Mamba Negra contesta:

─¿Alguna vez has escupido a un hombre a la cara?

Entonces se hace el silencio.

─A mí, cuando me tocan los ovarios ─sigue, sin asomo de broma─, lo que más me gusta es soltar un gapo.

¿Y a quién no? Confiésenlo, escupir a un ser humano es una cosa que todos hemos querido hacer alguna vez. Imagínense que están atados a una silla y, de repente, escuchan un ruido de tacones que se acerca. Es un oficial de las S.S., que viene a interrogarles. “Déme nombres”, le pide, primero amablemente; pero luego, cuando usted se niega a contestar, su voz adquiere un tono de papel de lija. “Déme nombres”, y usted en sus trece; él sosteniendo el cigarrillo entre el dedo índice y el corazón, acerca la mano peligrosamente hacia su cara. “Esto me va a doler más a mí”, dice, y entonces le suelta un sopapo con la mano del cigarrillo. ¿Y qué hace usted? Pues soltarle un gapo en toda la jeta.

Como les iba diciendo, la Mamba Negra tiene estas cosas. No les contaré la cantidad de situaciones indignantes, provocadas por los más bajos representantes del sexo masculino, en las que la Mamba Negra se ha visto envuelta para acabar desarrollando este mecanismo de autodefensa, pero reconozcan, al menos, que como tal mecanismo de defensa es de lo más efectivo. Escupir a la cara es algo a lo que estamos tan poco acostumbrados que, por chunga que sea la víctima a la que has embadurnado con tus mocos, ésta no sabe cómo responder. Ante el shock, se sentirá incapaz de soltar un puñetazo. (En realidad, la única respuesta posible es devolver el escupitajo, pero eso requiere tiempo y preparación, a no ser que estés constipado). Pero, a lo que íbamos, escupir a la cara es algo que mola (y “mola” es la palabra exacta) porque cuando uno lo hace se siente como si fuera miembro de la Resistencia Francesa.

“Poderosas amigas tiene usted, Dr. Malarrama”, estarán pensando. “Primero la Baronesa Lalita y ahora, la Mamba Negra”. Pues la verdad es que sí; tienen razón, podría formar un comando de mujeres asesinas con ellas. Pero déjenme que vaya al grano, porque lo que quería hacer hoy es presentarles a la Mamba Negra en acción y contarles la historia que la convirtió en leyenda.

Verán, lo cierto es que hará así como un año, la Mamba Negra se presentó en el aeropuerto de Bristol, sección de aduanas, con una enorme caja de cartón en la cual estaba impreso un enorme rótulo con las siglas TNT, y debajo de éste, la leyenda: “Frágil, no agitar”. Ante el estupor de los picoletos anglosajones, que examinaban ojipláticos el contenido de la caja en la pantalla del radar, la Mamba Negra, quien por aquel entonces era sólo Sou-Sou, tendió con confianza su pasaporte a uno de los guardias.

Entonces, el encargado del radar le preguntó:

─Señorita, la pantalla muestra que ahí dentro hay componentes electrónicos ¿Qué es lo que lleva en la caja?
─No estoy segura ─contestó ella─, pero creo que son piezas de avión.
─¿Piezas de avión? Pero, ¿por qué trae esto a Inglaterra?
─Y a mí que me cuenta. Yo sólo sé que tengo que entregarle la caja a un tipo que me espera fuera del aeropuerto.

Los guardias se miraron entre ellos.

─Señorita, aquí dice que es usted es de Marruecos.
─Así es ─dijo ella.
─¿No ha oído usted hablar del tratado de Shengen?
─¿Qué coño es el tratado de Shengen? ─preguntó la Mamba Negra, a quien ya le estaban empezando a tocar los ovarios.

Háganse una imagen. Aeropuerto de Bristol, una mujer joven con rasgos árabes, sin los papeles en regla para entrar en Inglaterra y con una enorme caja que dice TNT. ¿Se puede ser más terrorista? Pues esto último es lo que debieron pensar los guardias de aduanas, porque en menos tiempo del que se necesita para leer un cuento de Monterroso, la llevaron al cuartelillo, donde le esperaba un guardia con aspecto de armario ropero, con las manos extendidas hacia ella, listo para cachearla.

Aquello fue la gota que colmó el vaso.

─Cabrón, tú a mi no me tocas ─le gritó a la cara, aprovechando para poner en marcha sus glándulas salivales─. No tits, no ass, you motherfucker ─y mientras pronunciaba cada una de las sílabas se le iba acumulando una mezcla de saliva y mocos en la boca─. Si quieren cachearme, que me traigan a una mujer.

Y ¡zas! Ahí que le soltó todo lo verde en la cara.

El guardia no daba crédito. Jamás había visto nada parecido y, como les dije, no supo cómo reaccionar. Así se que salió de la habitación accediendo a la petición de la Mamba Negra y solicitar la intervención de una agente femenina para proseguir con el cacheo.

─¡Y que no sea lesbiana! ─exigió la Mamba Negra antes de que el guardia saliera de la habitación.

Ya no hacen mujeres como las de antes.

Sé que no se han creído nada de lo que les he contado. Pero les juro por mis gafas de Hunter S. Thompson que es totalmente cierto. Lo que pasa es que la verdad no siempre resulta verosímil, así que intentaré arreglarlo contestando a algunas preguntas que se estarán haciendo.

¿Cómo llegó la Mamba Negra a meterse en una situación tan sospechosa? Sencillo. Su cuñada trabaja en la empresa de mensajería TNT (ya veo que están empezando ustedes a atar cabos; así me gusta: lectores inteligentes) y, de cuando en cuando, confían envíos especiales a gente de confianza, valga la redundancia. La Mamba Negra se prestó a uno de estos envíos. El problema es que, a pesar de haber adquirido el apellido Muñonez por matrimonio, y poder moverse libremente por la Unión Europea, al no haber firmado Inglaterra el tratado de Shengen, no puede entrar en dicho país hasta que no haya conseguido la nacionalidad. Cosa que la Mamba Negra (y cualquier persona con sentido común) no sabía.

¿Cuál es la moraleja de esta historia? La resumiré en una sola frase: “la mejor forma de solucionar las injusticias que hacen sombra sobre nuestra existencia es a base de escupitajos”.

Bueno, quizá esa no sea la moraleja. Pero lo que es cierto que es que la Mamba Negra no necesita ninguna puta piedra de Al-Ándalus para luchar contra el mal y hasta el mismísimo Frank Miller se mearía por la pata abajo si tuviera que encontrarse con una mujer con los ovarios la mitad de bien puestos que la Mamba Negra.

Olvídense de esas bobadas de superhéroes. Los verdaderos héroes están entre nosotros. Y creo que esta es la moraleja a la que quería llegar, pero no me hagan mucho caso porque no estoy del todo seguro.




Dr. Malarrama.

martes, 5 de junio de 2007

El Dr. Malarrama da una lección de arquitectura (vol. 2)

Hoy, en La Hora Barroca del Dr. Malarrama, nuestro periplo artístico abandona el género de la comedia y, al más puro estilo detectivesco, nos lleva a descubrir una serie de sangrientas casualidades.




En nuestro episodio anterior, el Dr. Malarrama viaja a Londres para seguir la pista de Nicholas Hawksmoor, arquitecto barroco y asesino en serie. Lo que en principio comienza como un apacible paseo por el mundo del arte, con sus tirabuzones blancos y sus dentaduras podridas, se convierte en una investigación criminal. El célebre arquitecto pudo tramar la muerte del hijo de su jefe de obra en un intento de imitar la costumbre de los druidas celtas de santificar el suelo de sus construcciones con sangre de joven virgen. Se da la casualidad también de que, 150 años más tarde, Jack el Destripador mata a cinco prostitutas en el londinense barrio de Whitechapel y esparce los cadáveres en las proximidades de la iglesia donde Hawksmoor cometió su tropelía. Después de visitar el lugar del crimen, el Dr. Malarrama se acerca a otra de las iglesias de Hawksmoor, St. George-in-the-East, y descubre algo que le deja boquiabierto. Y es aquí donde continúan las aventuras del Dr.:





St. George-in-the-East se encuentra entre Cable Street y The Highway. Para una zona con un pasado tan oscuro como ésta, el nombre de la última calle (literalmente: “la gran vía”) resulta sospechosamente genérico, como si tuviera algo que ocultar. Y, en efecto, tiene algo que ocultar. The Highway no es más que la nueva denominación de la infame Ratcliffe Highway, donde tuvo lugar el crimen más espantoso de la primera mitad del siglo XIX en Inglaterra. El 7 de Diciembre de 1811, un tal John Williams entró en la tienda de los Marr, un comercio de tejidos, y acabó con la vida de Timothy Marr, su esposa Celia y el hijo de ambos, un bebé de tres meses de edad, al que Williams destrozó la cabeza con un mazo. Doce días más tarde, Williams mató a otras tres personas. Considerando tan horripilante historial, no es de extrañar que cambiasen el nombre de la calle.

Ya era una casualidad importante que esos hechos hubieran ocurrido al lado de una de las iglesias de Hawksmoor, cosa que se repetiría 77 años más tarde en Whitechapel con Jack el Destripador. Pero lo que resultaba más chocante era la significación especial que tenían ambos crímenes, los de Williams y los del Destripador. Si al segundo la prensa lo convirtió en el asesino en serie más conocido de la historia, fueron los crímenes de Williams los primeros en tener una repercusión pública masiva. El siglo XIX comenzaba con los primeros titubeos de la prensa sensacionalista, y los crímenes de la Ratcliffe Highway fueron el abono que alimentó el terreno donde crecería Jack el Destripador. Éste nunca hubiera existido, o al menos no como figura mítica creada por la prensa, si los nuevos medios impresos no hubieran conseguido poner a prueba su poder para provocar una contagiosa oleada de paranoia al cubrir los crímenes de la Ratcliffe Highway. La recién nacida prensa sensacionalista fue el primer punto de unión entre ambos crímenes.

El segundo era, por supuesto, las iglesias de Hawksmoor.

John Williams, el asesino de la Ratcliffe Highway fue sentenciado y colgado en público. No se supo dónde estaba enterrado hasta 1886 (dos años antes de los crímenes del Destripador). Una compañía de gas efectuaba una serie de excavaciones en el cruce de Cable Street y Comercial Road y, accidentalmente, encontraron los restos de John Williams. ¿Saben lo que le había hecho la muchedumbre después de colgarlo? Clavarle una estaca en el corazón. ¿Y saben donde quedaba el cruce en el que encontraron el cadáver? Pues al lado de St. Georges-in-the-East, la iglesia de Hawksmoor.

Hasta 1823, año en que un Acta del Parlamento acabó con la costumbre, era común enterrar a los criminales y a los suicidas en los cruces de caminos. Cualquier cruce de caminos valía para un criminal, pero en el caso de los suicidas se procuraba que el cruce quedara cercano a una iglesia pues, aunque no podían ser enterrados en suelo santificado, cuanto más cercano quedara éste mejor podría descansar el finado. ¿Por qué pues seguir la misma costumbre con John Williams si éste era un criminal? ¿Qué sentido tenía enterrarlo tan cerca de St. Georges-in-the-East, especialmente si tenemos en cuenta que en el cementerio de dicha iglesia yacían los cuerpos de la familia Marr, cuyo descanso podría ser perturbado por la cercanía del asesino?

Fui pensando en todas estas incógnitas durante el viaje en metro a Charing Cross Road, y anduve un rato hasta el Soho, donde había quedado con mi hermano, el Coronel Malarrama, que ultimaba su caza de joyas descatalogadas en una tienda de discos y videos.

─¿Ya has descubierto al asesino? ─me preguntó con tono un tanto socarrón mientras examinaba un vinilo de cuando David Bowie aún se llamaba David Jones.

Le conté a mi hermano, el Coronel Malarrama, lo que había descubierto.

─Pero todo eso ya lo dijo Alan Moore en From Hell ─contestó mientras sus ágiles manos alcanzaban la sección de DVDs de terror, donde había localizado una película de su actor favorito, El Ansia.



─No es verdad. En From Hell no hay ninguna referencia al niño que mató Hawksmoor.
─No mató a ningún niño. Se cayó de un andamio ─y siguió rebuscando entre los DVDs.
─Vaya, qué casualidad, ¿no? ¿Y qué me dices del hijo de los Marr, que está enterrado en St. George-in-the-East?
─Eso ocurrió casi 100 años después de lo del andamio ─dijo sacando un nuevo DVD de la estantería.
─Bueno, pero… ─la verdad es que no había caído en ese detalle─. ¿Y el cadáver de John Williams? ¿Por qué estaba enterrado de ese modo tan extraño? Una estaca en el corazón, un cruce, una iglesia… ¿Por qué lo habían de enterrar al lado de una iglesia?
─Ingenuo ─respondió poniendo en mi mano el DVD que había encontrado.
M. el Vampiro de Düsseldorf.

El Coronel Malarrama tenía razón. El imaginario colectivo con frecuencia ha relacionado la mitología vampírica con el asesinato de infantes. No en vano, a Peter Kurten, el asesino de niños alemán que actuó en 1929 y 1930, se le llamó el “vampiro de Düsseldorf”. Por no hablar de Mohammed Bijeh, el asesino en serie que mató en Irán a 20 niños y que fue ejecutado en 2005, cuando todo el mundo le conocía ya por el sobrenombre de “El vampiro de Teherán”. Estaba claro por qué el populacho había clavado una estaca en el corazón de John Williams y luego le habían enterrado en un sitio donde dos caminos formaban una cruz cerca de terreno santo. Para que su alma nunca pudiese descansar.

Perfil Meetic de Nicholas Hawksmoor. Profesión: arquitecto. Hobbies: las pelucas blancas, la egiptología y los niños.

─Natural, pero ¿qué tiene eso que ver con tu arquitecto? ─preguntó mi hermano, el Coronel Malarrama.
─Por virtud del Acta del Parlamento de 1711, se ordenó construir cincuenta iglesias en Londres, de las cuales la mayoría fueron diseñadas por Hawksmoor. Sólo llegó a construir seis, entre ellas la Christchurch de Whitechapel y St. George-in-the-East. Hawksmoor estaba obsesionado con la alineación de sus iglesias y llegó hasta el punto de amenazar a los comerciantes de la Ratcliffe Highway para que les vendieran sus locales de modo que pudiese utilizar esos terrenos para orientar la posición y la fachada de su iglesia tal y como él quería. No lo consiguió. Los comerciantes se negaron a vender sus tiendas. 100 años más tarde un hombre asalta la tienda de los Marr y los mata.
─Así que tu arquitecto se levantó de la tumba después de 100 años para santificar la tierra de su iglesia con sangre virgen. Total, que se equivocaron y le clavaron la estaca al vampiro equivocado.
─¿Y qué hay de las alineaciones de las iglesias?
─¿Qué alineaciones?
─Todas las iglesias de Hawksmoor están llenas de símbolos egipcios. Los obeliscos, entre ellos. Una de sus iglesias, St. Anne en Limehouse, está construida exactamente igual que un templo egipcio, con la fachada orientada hacia una salida al mar: el río Támesis. A principios del siglo XX se encontró en una excavación cerca de la iglesia restos de cerámica egipcia. ¿Cómo podía saber Hawksmoor que los egipcios habían llegado a Londres mucho antes de que lo hicieran los romanos?
─¿Qué tienen que ver los egipcios con los asesinatos de niños?
─Se rumorea que el niño que murió al caer del chapitel de Christchurch no fue el primero. Que Hawksmoor pudo haber ido matando a un niño por cada iglesia que construyó.
─¿Y eso dónde lo has leído?
─En una novela. La sombra de Hawksmoor, de Peter Ackroyd.
─Ya, en una novela…
─(…)
─Estás obsesionado ─dijo mi hermano, el Capitán Malarrama, mientras se dirigía a la caja con el material que había encontrado: seis vinilos de David Bowie y las películas El ansia, El hombre que cayó a la tierra, Feliz navidad, Mr. Lawrence y Laberinto─ Esta última ya la tengo ─aclaró─, pero así tengo una copia de repuesto por si se desgasta la otra.

Enfurecido, abrí mi mapa de Londres encima de la mesa del dependiente, a quien le quité un rotulador rojo, uno verde y otro negro que, por casualidad, llevaba en bolsillo de la camisa.

─¡Marca en el mapa la iglesia de Christchurch! ─le dije a mi hermano, el Coronel Malarrama─ ¡Marca te digo!
─No te pongas así, hombre.
─Marca ahora St. George-in-the-East.
─¿Contento?
─Y el resto de sus iglesias: St. Anne en Limehouse, Mary Woolnoth y St. George en Bloomsbury.
─Muy bien.
─No te olvides de St. Luke Old Street y St. John Horselydown, sus chapiteles con forma de obeliscos también eran de Hawksmoor.

El dependiente nos miraba con estupor.

─¡Ahora une los puntos! ─le dije a mi hermano, el Coronel Malarrama─ ¡Une los puntos, te digo!

El Coronel Malarrama me miró y luego volvió a clavar la vista en el mapa. Su infalible instinto le hizo dibujar la única figura que los puntos podían sugerir:



Sí, queridos lectores. El ojo de Horus. Hijo de Osiris, dios egipcio cuyo cuerpo fue despedazado y esparcido por todo Egipto.
¿Y qué hay en el lugar que ocupa la pupila del ojo de Horus que Hawksmoor dibujó en el suelo de Londres?
La iglesia de Christchurch, alrededor de la cual Jack el Destripador esparció los cuerpos despedazados de cinco mujeres.




─Se olvida de algo, mate ─dijo el dependiente.
El Coronel Malarrama y yo levantamos los ojos del mapa.
─El animal que simboliza a Horus es el halcón ─continuó el dependiente─. Y Hawksmoor significa literalmente: “el halcón de la marisma”.
─Pero… ¿usted conoce a Nicholas Hawksmoor? ─pregunté.
─Sure ─contestó─ Aquí todo el mundo conoce esa historia, mate. Aquí en Londres nos pirra todo lo que tenga que ver con el Barroco. Lo del ojo de Horus aparece en un libro de poemas de Iain Sinclair, Lud Heat.
Mi hermano, el Coronel Malarrama, se llevó la mano a la boca para taparse las risitas.
─Pues si son ustedes tan listos aquí en Londres, dígame ¿qué es el arte? ─dije, retomando la pregunta que me había llevado a tan largo viaje.
─El arte, mate ─contestó el dependiente─. Es establecer relaciones entre cosas que nunca estuvieron ni jamás podrán estar relacionadas.
Así que, desde entonces, cuando me paran por la calle y me preguntan “¿qué es el arte?”. “¿Sirve para algo acaso? ¿Qué es el arte, Dr. Malarrama?”. Cuando lo hacen, yo contesto sin decir nada, con una sonrisa y guiñando el ojo mientras pienso en el ídem de Horus dibujado sobre el plano de Londres.


Dr. Malarrama