sábado, 27 de octubre de 2007

El Dr. Malarrama y los consejos trotamundos del Dr. Geschlechtskrankheit

Con todos ustedes, el Dr. Günther Geschlechtskrakheit y sus gafas de rayos-X en los ojos


Como es costumbre en How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb, la entrada de hoy está dedicada al ganador de nuestro último concurso literario, cuyo texto estuvo atormentando durante días a algunos de ustedes, pero que sólo una persona logró identificar correctamente.



Salammbô, amigos míos: Salammbô, de Gustave Flaubert era la novela que les llevó a patearse ustedes librerías de viejo y bibliotecas del mundo entero con nulo éxito. Me toca hoy, pues, hablar de nuestro campeón literario del mes, el Dr. Günther Geschlechtskrankheit, viajero incansable y académico de las letras, cuyo campo de especialización es, casualmente, la obra de Flaubert.



Antes de empezar con el retrato de mi querido amigo y colega, me gustaría disipar una doble controversia que ha surgido recientemente en estas páginas. Primeramente quiero asegurarles que nuestro concurso no tiene trampa ni cartón y que cualquier rumor al respecto de lo contrario es fruto de lenguas envidiosas que no buscan más que socavar la credibilidad de este blog con sus infectas mentiras. En segundo lugar, hay, al parecer, otras lenguas aún más rastreras y sucias que las primeras, que no sólo están de acuerdo con éstas, sino que, además, añaden que el Retrato del Mes que el Dr. Malarrama tan generosamente dedica a sus amigos ganadores, no es más que una excusa para hablar de sí mismo, en un vano intento de dar verosimilitud a los mil embustes que quiere hacer pasar por experiencias vividas. ¡Calumnias, de nuevo! Y para probar que el Dr. Malarrama jamás escatima la verdad, la entrada de hoy estará acompañada de documentos fotográficos que constituyen prueba irrefutable de sus vivencias.


El Dr. Malarrama en Koblenz, al lado del escudo de Renania-Palatinado, región que ha tenido a bien acogerle en su viaje.



Pero, bueno, dicen ustedes, y me refiero en concreto a usted, sí, usted, fiel seguidor de How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb, que nunca ha puesto en duda nuestros apasionantes relatos, dice: ¿va a contarnos ya, Dr., quién demonios es Günther Geschlechtskrankheit?




Por supuesto que sí, queridos amigos. Precisamente ahora, desde Alemania, me acuerdo con frecuencia del buen Günther y de la ocasión en que nos conocimos. Echo en falta, claro está, su dominio de la lengua teutona, que tantas veces me ha sacado de apuros. No en vano, es bueno tener siempre a tu lado a un nativo que te eche una mano con las declinaciones y los verbos, sobre todo cuando, como hace un rato, he tenido que pedirle a Bilo, el turco que regenta el ciber-badulaque desde el cual les escribo, si iba a dejarme pronto libre el ordenador para actualizar mi blog o si iba a pasarse mucho más tiempo mirando páginas pornográficas.




Pero, volviendo a lo mío, como estaba diciendo, Günther y yo nos conocimos en clase de alemán. Nos sentábamos en el mismo pupitre y recuerdo que nuestra profesora le ponía como ejemplo ante el resto de la clase por "estar genéticamente dotado para pronunciar incorrectamente todas y cada una de las palabras de la lengua alemana". Por supuesto, Günther suspendió el curso, igual que yo, y aunque mi querido amigo es, con toda seguridad, el primer suizo germano-parlante que haya suspendido alguna vez un curso básico de alemán, eso no le ha impedido triunfar en otros ámbitos del mundo académico.




A principios de este mes de octubre, precisamente, Günther y yo defendimos nuestras respectivas tesinas doctorales ante el Tribunal de Estudios Avanzados de Literatura Europea de la Universidad Autónoma de Madrid. Aunque íbamos armados hasta los dientes, ni siquiera tuvimos que cargar la carabina para defender nuestros trabajos. Yo estaba afónico porque la noche anterior me había olvidado de ponerme los calcetines antes de ir a la cama, pero cuando llegó el turno de ponencia de mi Poética de la secuencia en el arte del cómic, intenté fingir que mi tono de voz era debido al exceso de alcohol y tabaco, y, encendiéndome un cigarrillo, empecé mi ponencia con las siguientes palabras: "Caballeros, voy a hablarles de poética…"




Triunfo abrumador. El tribunal llegó incluso a alabar los "bonitos dibujos" que tenía mi tesina.




Günther, en cambio, no tuvo que recurrir a subterfugios. Su Materia y Extensión en Spinoza y Flaubert fue alabada por clamorosa unanimidad. Gustó especialmente el capítulo dedicado a las amantes del escritor francés y el Tribunal destacó el rigor con el que había tratado el tema de la Extensión, en concreto la del miembro viril de ambos hombres de letras. Los datos históricos aportados por el Dr. Geschlechtskrankheit dieron como vencedor a Spinoza en este punto, aunque su investigación concluye con la contundente tesis de que "Flaubert era más hombre, porque cuando iba a un prostíbulo siempre pedía acostarse con la más fea".




Superada la defensa, Günther y yo fuimos a la cafetería de la facultad para celebrar nuestro éxito y hacer un brindis, dada mi situación, con unas tacitas de poleo-menta; aunque, por ser una ocasión tan especial, no me privé de echarle a la mía un chorrito de Bombay Sapphire. Entre felicitaciones y parabienes surgió en nuestra conversación el tema de mi próximo viaje a Alemania. Me interesaba especialmente hablar sobre ello con Günther ya que él mejor que nadie podía darme recomendaciones para desenvolverme adecuadamente en el País de las Salchichas. El apellido Geschlechtskrankheit pertenece a una larga estirpe de viajeros gallegos (hágase clic para echar un ojo a su origen genealógico) que, provenientes de Lugo, y de ahí que Günther esté "genéticamente incapacitado para pronunciar incorrectamente todas y cada una de las palabras" de cualquier idioma, han recorrido Europa de cabo a rabo con camaleónica habilidad para entender y asumir como propias las peculiaridades culturales de cada país.




─No deje de visitar la famosa Einbahnstrasse de Maguncia ─me aconsejó Günther, refiriéndose a mi ciudad de destino, donde ahora mismo me encuentro viviendo con mi prometida, Frau Violeta─. Todas las ciudades en Alemania tienen una calle que se llama Einbahnstrasse y, algunas, incluso más de una. Es debido a Napoleón, ese gran hombre. Él lo impuso. Como sabe en Europa circulamos por la derecha gracias a él, ya que obligaba a sus ejércitos a caminar por ese lado. Es un hombre muy preocupado por el tráfico.



El Dr. Malarrama en la famosa Einbahnstrasse de Maguncia



A quienes no conozcan a Günther les podrá extrañar un poco su forma de hablar. Ello es debido en buena medida, como decía, a sus orígenes; pero además de eso, Günther sufre un pequeño problema, digámoslo así, cronológico. Él fue quien, finalmente, me prestó el quinqué que me faltaba, y él quien, muy amablemente, me hizo una lista de cosas indispensables para el viaje, entre ellas, una silla de montar y un libro de partituras con los últimos hits de Mozart para que fuera familiarizándome con ellos por si a mi prometida se le ocurría sacarme alguna noche a la discoteca.




─Y si viaja usted por el Rin, no se olvide de hacer fonda en Koblenz. Allí hay un parquecillo donde el Mosel se junta con el Rin, llamado el Deutsches Eck, en donde se encuentra una impresionante estatua ecuestre del Kaiser Guillermo ─se me olvidaba decir que Günther es un gran fan del Kaiser Guillermo y de las estatuas ecuestres─. El Kaiser ha hecho grandes cosas por el pueblo alemán, él logró la reunificación y allí, en Koblenz, le quieren mucho.




Efectivamente, en Koblenz pude encontrar la estatua del Kaiser, pero por una inscripción que había a sus pies me enteré no sólo de que el tal Guillermo había muerto hacía ya unos 120 años, sino que, además, después de la Segunda Guerra Mundial, la gente de Koblenz se lo había pensado mejor, y la estatua que habían construido en símbolo de un glorioso Imperio alemán unido, había pasado a simbolizar, desde 1953, "el espíritu de reflexión que debe caracterizar a nuestro pueblo acerca de la responsabilidad histórica de todo alemán".




Como demuestra su expresión, hasta el caballo del Kaiser se siente culpable por ser alemán



─Hay algo que debe usted entender ─me dijo Günther, haciendo gala una vez más de su agudo conocimiento del alma germana─: los alemanes son gente que no siente vergüenza de nada.





(Hagamos aquí un momento de silencio para levantar una ceja con gesto de incredulidad y pedirle a Günther que desarrolle su argumento)





─Por ejemplo, tienen esos locales, las saunas, donde van todos desnudos, hombres y mujeres por igual, ¿te lo puedes imaginar?





Aaaah… Por una vez, Günther no se equivocaba. Siguiendo sus consejos, visité el otro día uno de esos locales; y debo decir, para acallar sospechas, que en nada se parecen a los antros de perdición que en España conocemos por ese mismo nombre. No, aquí la sauna es un lugar donde un hombre puede entrar con la cabeza bien alta y sin miedo a agacharse. Sin embargo, tengo que confesar que a mí al principio me dio un poco de reparo eso de desnudarme en público. Soy un hombre pudoroso, lo he sido siempre; con decirles que ni siquiera mi señora madre me ha visto nunca desnudo… Pero el caso es que mi prometida, Frau Violeta, me dijo que me tenía que quedar en pelota viva, aunque, por supuesto, yo me negué a desprenderme de la toalla que llevaba enrollada en la cintura y, sobre todo, de los calcetines. Sin embargo, después de los dos primeros Aufguss en la sauna de 95 grados (no les contaré aquí lo que es un Aufguss porque soy un hombre decente), me sentí tan a mis anchas que dejé la toalla a un lado y empecé a ir de arriba abajo por el local con todo lo colgandero al aire, como puede comprobarse en la foto.








El Dr. Malarrama en la sauna




"Claro, es lo natural", comprendí. "Es señal de una cultura avanzada no avergonzarse de la desnudez". En estas meditaciones estaba yo cuando nos encontramos con una amiga de Frau Violeta, totalmente en cueros, y tuve que correr a esconderme. Como estábamos en un espacio cerrado y no pude encontrar una zanja o enterrarme bajo tierra, me vi obligado a saludar a la señorita, la cual, ni corta ni perezosa, nos enseñó las tetas; no porque hubiera necesidad de ello, pues dada la situación, las tetas se enseñaban solas, sino porque estaba interesada en mostrarle a mi prometida el resultado de su reciente operación de ampliación mamaria.




─Todo eso está muy bien, Dr. Malarrama ─dice mi querido Günther al leer esto─. Pero yo no le mandé esa traducción que hice de Salammbô para que se pusiera hablar sólo sobre usted. ¿Qué hay de nuestro trato?




─Por Dios, querido Günther, hable más bajo. No vayan a creer los lectores que…




─Hombre, usted me dijo que esto del Retrato del Mes ayudaría a divulgar mi blog y que un sinnúmero de mujeres interesantes inundaría mi cuenta de correo electrónico con sus mails. Me pareció una idea interesante y pensé, "total, ¿qué me suponen cincuenta soberanos de oro con tal de que un sinnúmero de mujeres interesantes inunde mi cuenta de correo electrónico?". Pero el caso es que, después de todo este rollo, yo no veo que haya mencionado siquiera mi blog, y me apuesto lo que quiera a que si pincho sobre la palabra blog, el enlace me va a llevar a una página totalmente equivocada y llena de mentiras insidiosas como ha pasado antes con mi apellido. Oiga, si no me transfiere de vuelta a mi cuenta corriente mis cincuenta soberanos de oro, yo…




Y con esto damos por concluido nuestro Retrato del Mes. No se pierdan la próxima entrega de How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb, su blog favorito de filosofía, ética y crónica mundana, que llevará por título "El Dr. Malarrama les enseña su mansión" y que tendrá como protagonista absoluta a Frau Violeta, a quien todos ustedes están deseando conocer.


Dr. Malarrama.