martes, 8 de enero de 2008

El Dr. Malarrama les felicita el año nuevo

Frau Violeta y el verdadero espíritu navideño

¡Bienvenidos, lectores! El Dr. Malarrama se encuentra de nuevo entre ustedes para saludarles en estas entrañables fiestas y, por supuesto, felicitarles el año nuevo. ¡Ah, entrañable celebración! Todos pendientes del champán, las uvitas, las campanadas, de Ramón García disfrazado una vez más del Conde Drácula delante de la Casa de Correos…

En mi caso, he de decir que este ha sido el año nuevo más bizarro de mi vida. Ni champán, ni uvas, ni Ramón García… por no haber, no habido ni campanadas siquiera. Mi prometida, Frau Violeta, y yo, ni supimos cuándo tuvo lugar el año nuevo. Cuando quisimos mirar el reloj andábamos por algún lugar al sur de Groenlandia. Rápidamente nos informamos de la diferencia horaria que regía en aquel meridiano, la sumamos a la hora que marcaban nuestros relojes y, ¡alás!, descubrimos que ya eran las 12.30 del nuevo año. Es lo que tiene tomar un vuelo intercontinental de vuelta a Europa el día 31 de Diciembre para ahorrar unos cuartos. Ni siquiera se molestan en informar de la hora correcta en que cambia el año. Y lo que es peor, tampoco nos invitaron ni a una mísera copa de champán. Previendo que iba a ocurrir algo así, y a falta de un buen Veuve-Cliquot en tierras norteamericanas, nos agenciamos una botella de Johnny Walker Black Label en el Duty-Free de Atlanta. Para nuestro espanto, nos estábamos sirviendo la primera copa a eso de las 17.00 hora del medio-oeste americano, cuando la señorita azafata nos informó con una sonrisa de oreja a oreja:

―I´m terribly sorry, but it is strictly forbidden to drink alcoholic beverages not purchased inside this plane.

“Terribly sorry tu puta madre“, pensamos al enterarnos, unos minutos después, de que las azafatas se estaban poniendo de champán hasta las trancas en la parte trasera del avión mientras ambos nos mirábamos con estupor. Así que, ni cortos ni perezosos, nos seguimos bebiendo nuestro whisky a escondidas. Aunque no nos volvieron a llamar la atención, supongo que las azafatas debieron sospechar algo por la algarabía que reinaba entre nosotros mientras el resto de los pasajeros intentaba dormir y también por la extraña expresión que nos dirigían cada vez que trataban de retirarnos, sin éxito, los vasos. Aquello debía ser como el milagro de los panes y los peces. Cada vez que nos servían una coca-cola gratuíta, a los pocos minutos el brebaje había cobrado un color sospechosamente amarillento.

El resultado de nuestra celebración de año nuevo fue que, no se sabe muy bien cómo, aparecimos en Frankfurt a las 7.30 de la mañana, con una cogorza de campeonato y un jet-lag de toma pan y moja. Todavía no nos hemos repuesto del incidente. Hemos pasado los últimos tres días despiertos durante la noche y durmiendo durante las horas de sol. Empiezo a preguntarme si es posible que mi cuerpo nunca llegue a acostumbrarse más al horario europeo y me haya convertido, ya para siempre, en una especie de vampiro del jet-lag.

Conclusión: si en algún momento consigo volver a sincronizarme, daré comienzo a la prometida crónica de nuestras aventuras navideñas en el Salvaje Oeste. De momento, les dejo con una postal navideña para felicitarles estas entrañables fiestas, donde Frau Violeta les saluda a todos ustedes desde el marco incomparablemente absurdo de los suburbios de Austin, Texas.


Dr. Malarrama.