viernes, 22 de febrero de 2008

Entrevista con Thomas Pynchon

Thomas Pynchon en su única aparición en público hasta el momento.

Nuestra entrada de hoy está dedicada al escritor norteamericano Thomas Pynchon, quien justo ayer concedió una entrevista en exclusiva a How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb.

“Pero si Pynchon no concede entrevistas…”, objetarán. Bueno, señores, que no se pueda hablar con Pynchon por teléfono, fax o Internet no quiere decir que sea imposible comunicarse con él.


El Dr. Malarrama lo ha conseguido.


No ha sido tarea fácil porque el señor Pynchon sólo concede entrevistas a través del Éter, pero con la ayuda de una Bobina Tesla hemos logrado ponernos en contacto. No se pierdan lo que tiene que contarnos. Entre otras muchas cosas interesantes, el señor Pynchon nos dirá cómo fabricar una máquina de movimiento perpetuo con un lápiz, un chicle de clorofila y el campo electromagnético usado de un video-reproductor Betamax.


Pero antes de la entrevista, leamos un extracto de su última novela, Against the Day, traducido por nuestro becario, Roberto Bartual, donde uno de los protagonistas, el detective Lew Basnight, contratado como guardaespaldas del Archiduque Francisco Fernando de Austria (sí, sí, el mismo que cantaba aquello de “It’s always better on holiday / That’s why we only work when we need the money”), sigue a su protegido hasta un lúgubre burdel de Chicago:

* * *

En cierto modo, Lew se lo pasaba bien en esta parte de la metrópolis, al contrario que algunos de los agentes destinados a la Ciudad Blanca, los cuales se volvían asustadizos en cercanía de los negros, que recientemente habían estado llegando del sur profundo en cifras siempre crecientes. Algo del vecindario le atraía, tal vez la comida (desde luego era el único lugar de Chicago donde se podía encontrar un fosfato de naranja decente) aunque, justo en este momento, no se podía decir que la atmósfera fuera precisamente acogedora.
—¿Qué es lo que estar mirando? ¿Querer robar eine… Wassermelone, quizá?
—Uuuuh —dijeron varios tipos al escucharlo. El insultado, un enorme individuo con aspecto peligroso, no podía creer lo que estaba oyendo. Empezó a abrir lentamente su boca mientras el príncipe austriaco continuaba:
—Algo sobre… su… espere… deine Mutti, o como dicen ustedes, su… su mamá: juega de tercera base en los Chicaco White Stockings, nicht wahr? —al tiempo que los clientes hacían gesto de querer moverse hacia la salida— Una mujer muy poco atractiva; de hecho, ¡es tan gorda que para llegar de sus tetas hasta su culo uno tiene que coger el tranvía! Un día intentó entrar en la Exposición y le dijeron, no, no, señora, ¡esto es la Feria Mundial, no la Feria de los Monstruos!
—¿Qué estás haciendo, imbécil? Como sigas hablando así, puedes ir diciendo adiós a tu culo. ¿Qué coño eres? ¿Inglés?
—Esto, ¿su Alteza? —murmuró Lew— ¿Podría tener unas palabras con usted en privado…?
—¡No hay problema! ¡Sé cómo hablar a esta gente! ¡He estudiado su cultura! Escuche… ‘st los, Hund! Boogie-boogie, ja?
Lew, a quien habían educado en las costumbres del Este, no solía permitirse el lujo del pánico, pero en ocasiones, como la de ahora, no le hacía ascos a una dosis homeopática para mantener en forma su inmunidad.
—Está totalmente chiflado —anunció, moviendo en círculos su dedo índice sobre la cabeza de F.F.—. Se ha escapado de algunos de los manicomios más exclusivos de Europa y ya no le queda nada del poco cerebro con que nació, excepto quizá—bajando la voz—, ¿cuánto dinero tiene, Alteza?
—Ah, ya entiendo —murmuró el pillo imperial, y dirigiéndose a los presentes, exclamó—: ¡Donde bebe Francisco Fernando, bebe todo el mundo!
Lo cual ayudó a restaurar un cierto nivel de civismo en el local, e incluso de alegría; las corbatas volvieron a empaparse de espuma de cerveza, el pianista salió de su escondite bajo la barra y los clientes empezaron de nuevo a bailar sincopadamente. Al cabo de un rato alguien comenzó a cantar “Todos los chulos se me parecen” y la mitad de la parroquia se le unió. Lew, sin embargo, percatándose de la forma en que el Archiduque avanzaba sigilosa pero inconfundiblemente hacia la puerta de la calle, consideró que lo más sensato era hacer lo mismo. Y, en efecto, justo antes de escabullirse a través de puerta, der F.F., gritó con una sonrisa demoníaca:
—¡Y cuando Francisco Fernando paga, todo el mundo paga! —con lo que desapareció, permitiendo que el trasero de Lew quedara intacto por los pelos.
Afuera se encontraron con Trabant Khäutsch, que ya tenía listo un coche de dos caballos para huir inmediatamente y el Mannlichter de doble cañón del Archiduque apoyado informal pero visiblemente en el hombro. Mientras iban a toda velocidad sorteando tranvías, coches privados, carros de la policía con los gongs sonando y demás, Khäutsch le ofreció a Lew:
—Si alguna vez pasa por Viena y, por cualquier razón, necesita un favor, no se lo piense dos veces.
—En cuanto aprenda a bailar el Vals, voy para allá.
El Archiduque, enfurruñándose como un niño al que acaban de interrumpir una travesura, no hizo el menor comentario.


* * *

Y con el buen saborcillo de boca que nos acaba de dejar este pasaje, sin más dilación pasamos ya a nuestra entrevista. Señor Pynchon, ¿nos recibe?

THOMAS PYNCHON: Alto y claro.
Dr. MALARRAMA: ¿Es usted, señor Pynchon?
T.P.: ¿Quién si no?
Dr. M.: Lo que quiero decir es, ¿cómo pueden tener nuestros lectores la certeza de que estamos hablando con el verdadero Thomas Pynchon y no con otra persona?
T.P.: Bueno, no es la primera vez que mi voz sale en los medios. Además del Éter, también he utilizado la televisión para manifestarme.
Dr. M.: Cierto, en una ocasión salió en Los Simpson. Sí, parece la misma voz. Pero ¿quién nos asegura que no es usted Matt Groening imitando a Thomas Pynchon?
T.P.: ¿Y quién nos asegura que no está usted inventándose mis líneas en este diálogo?
Dr. M.: Perdone, pero esta entrevista está tomando un giro demasiado metaficticio.
T.P.: Es nuestro sino. Nadie puede escapar a la Segunda Ley de la Termodinámica.
Dr. M.: ¿En qué consiste esa Ley?
T.P.: “Todo sistema cerrado, por bien ordenado que esté, tiende a la metaficción.”
Dr. M.: Uf. ¿Le importa que continuemos esta entrevista la próxima semana? Me está entrando un poco de sueño.
T.P.: No se queje. Esto de manifestarse a través del Éter también cansa. Pero la tele es mucho peor.
Dr. M.: Claro, ya sólo el acto de fe que uno tiene hacer para creer en el Éter debe ser agotador.
T.P.: No tanto como el acto de fe que uno tiene que hacer para creer en la televisión.
(…)


[continuará]


domingo, 3 de febrero de 2008

Hoy: Raymond Briggs


Haciendo caso omiso de todas las promesas de continuidad de este blog, vamos a dedicar nuestra entrega de hoy a la Cultura. Y haciendo también caso omiso a cualquier criterio de oportunidad o de interés por lo contemporáneo, vamos a hablar de la obra del ilustrador y autor de cómics británico, Raymond Briggs.

Es posible que el nombre de Raymond Briggs no les suene de nada. A lo sumo, en nuestro país se le asocia con la película Cuando el Viento Sopla. ¿Recuerdan? ¿Hongos nucleares? ¿Música de David Bowie y Roger Waters? Pues bien, Cuando el Viento Sopla estaba basada en el cómic homónimo de Briggs, publicado en España años ha, con traducción de Rosa Montero. Pero asimismo, nuestro autor de hoy, es artífice de otros muchos títulos, como The Snowman, The Bear o Father Christmas, que le han convertido en un icono de la literatura infantil en el mundo anglo-sajón. Su última obra es una edición ilustrada del poemario para niños de Ted Hughes (sí, sí, el mismo y entrañable Hughes que se pasó años apaleando a Sylvia Plath hasta que a ella se le ocurrió meter la cabeza en el horno).
Cuando el Viento Sopla está ambientada a principios de los 80, en una Gran Bretaña amenazada por la Tercera Guerra Mundial. Los rusos han decidido lanzar sus cohetes y el gobierno británico emite comunicados televisados y radiofónicos para instruir a la población sobre la mejor manera de construir un refugio nuclear. Una pareja de ancianos que vive en la campiña recuerda, en medio de todo esto, sus años de juventud. ¿Otro blitz? Nada nuevo. Ellos estaban allí cuando bombardearon Londres en la Segunda Guerra y no les pareció para tanto. Además, gracias a las bombas, entablaron amistad en el interior un refugio y, luego, surgió el amor. Pero los tiempos cambian: “Las cosas ya no son lo que eran”, dice el anciano protagonista en la versión cinematográfica de Cuando el Viento Sopla. “Ahora es mucho más difícil saber quién es el enemigo. Antes, era todo mucho más claro. Estaban Hitler, Mussolini e Hiro-Hito que eran muy, muy malos; y en el otro bando, Roosevelt, Churchill y el tío Stalin, que eran unos señores muy buenos y muy simpáticos.”


Si Roald Dahl es el maestro de la crueldad en la literatura infantil, podríamos decir que Raymond Briggs es el del patetismo. La escena de arriba es buena prueba de ello. Pero, ¿qué decir de sus cuentos navideños? The Snowman es, quizá, la más popular de sus obras en Gran Bretaña, también debido en parte a su versión cinematográfica, una auténtica obra maestra de animación artesanal que el Channel 4 sigue emitiendo todos los años, sin falta, por navidad. Aunque aquí el título de esta película no nos dice mucho, con el tiempo ha adquirido un culto importante del que participan seguidores insospechados: desde Abbas Kiarostami, que eligió como única banda sonora de su película Ten, el tema “Walking in the Air” que Howard Blake compuso para The Snowman, hasta Frank Miller, que homenajeó en Sin City: Silent Night la narración sin palabras de Briggs. Pero, volviendo al patetismo… A primera vista, la historia que cuenta The Snowman puede parecer banal: un niño construye un muñeco de nieve en nochebuena y, al oscurecer, el muñeco cobra vida; ambos se hacen amigos y el muñeco lleva volando a su amiguito por toda Inglaterra, volviendo justo a tiempo para despertarse al día siguiente y descubrir que, con el sol, el muñeco se ha derretido. Comunicar con palabras el desconsuelo que encierra la última viñeta de The Snowman es tarea fútil. Por eso quizá, el cómic de Briggs es totalmente mudo. Debe ser duro decirle a un niño que la ilusión y la felicidad son tan breves y transitorias como la vida.

Los cómics y las películas de Raymond Briggs son difíciles de conseguir y aquí, en How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb, decimos “NO” al pirateo. Pero como sabemos que ustedes, fieles lectores, poseen los originales, les vamos a facilitar unos cuantos links para que se bajen todo el material de Briggs que quieran, a modo (claro está) de copia de seguridad.

The Snowman (1982):
http://rapidshare.com/files/70404252/Snowman_JB.part1.rar
http://rapidshare.com/files/70396896/Snowman_JB.part2.rar
http://rapidshare.com/files/70389368/Snowman_JB.part3.rar

When the Wind Blows (1986):
http://thepiratebay.org/tor/3532714/When_the_Wind_Blows_(1986)_-_DVDRip

[Se recomienda efusivamente ver When the Wind Blows en paralelo con el aterrador film-ensayo de Peter Watkins, The War Game, que podrán encontrar en:
http://www.torrentportal.com/details/1032304/The_War_Game_(1965)_Nuclear_Holocaust_Short_Film.torrent.html]

Y también pueden encontrar fácilmente vía e-mule al menos dos películas más basadas en sus cómics, Father Christmas y The Bear, también recomendables; así como un buen escaneo de la edición española del cómic Cuando el Viento Sopla.

Antes de acabar, no queremos despedirnos sin mandarle un saludo a Jimmy T. Murakami, director de la versión cinematográfica de When the Wind Blows, así como responsable en mayor o menor medida del resto de sus memorables adaptaciones. Murakami también dirigió un clásico del cine de ciencia-ficción de serie B, Los Siete Magníficos del Espacio, con George Peppard y guión de ¡John Sayles! No se lo pierdan.


Roberto Bartual.