miércoles, 3 de junio de 2009

Sobre la representación del nazismo.

Demasiado espacio le hemos dedicado últimamente a los libros, con tanta Bernarda Alba, Luigi Serafini y demás. Como no sólo de letras vive el hombre, en la entrada de hoy volvemos a un tema que tenemos un poco abandonado desde hace algunos meses: el cine.

¡Ah, la imagen cinematográfica! Qué traidora es a veces... Quería dedicar algunas líneas a este tema después de haber visto, hace unos días y con mucho retraso con respecto a su estreno, una película que en su momento dio mucho que hablar; más en Alemania que aquí, todo hay que decirlo. Me refiero a El Hundimiento, de Oliver Hirschbiegel.

El Hundimiento viene a contarnos los eventos sucedidos en el bunker de Hitler durante los quince o veinte días que duró el sitio de Berlín; incluyendo, claro está, el sucidio de Hitler y Eva Braun. La película tuvo cierta relevancia por varios motivos. Uno, la soberbia aunque discutible interpretación que Bruno Ganz hace del Führer. Dos, la decisión del director y del actor de representar no a un monstruo, sino a un ser humano. Y tres, el hecho de que no es muy frecuente que el cine alemán aborde estos temas, por motivos obvios; y mucho menos cuando de lo que se trata no es de poner distancia entre Hitler y el espectador, sino todo lo contrario.

La polémica que suscitó El Hundimiento en Alemania no llegó a España, o acaso tan solo los ecos de la voz gritona de Wim Wenders, quien criticó la película alegando que, en sus pretensiones de representar a Hitler como un ser humano, lo único que consigue es glorificarle. En realidad, no se le escuchó mucho, y con razón. Sus acusaciones resultaban un tanto sospechosas si se tomaban en consideración los celos que Wenders (quien en su momento fue el director alemán más conocido fuera de su país) pudiera sentir hacia El Hundimiento, que ya se ha convertido en la película más exitosa de la historia del cine alemán.

Vista ahora, con distancia, me pregunto si Wenders no tenía en el fondo un poco de razón. No en lo de la glorificación de Hitler: estoy convencido de que no era ésa la intención de Hirschbiegel y dudo que, la fuera no, el resultado final produzca dicho efecto en absoluto. Sin embargo, sí me parece que tiene razón al advertir que su intento de representar humanamente a Hitler fue un fracaso.

Porque la pregunta es ¿se puede representar humanamente a Hitler? La respuesta que tradicionalmente se ha dado es “no”. El argumento que hay detrás de esta respuesta me parece, sin embargo, equivocado. “Hitler fue un monstruo”, nos han dicho; “lo que hizo es incomprensible, un ser humano no es capaz de hacerlo”.

Este tipo de argumentación, creo yo, está basada en un falso silogismo. Es falso y además, peligroso, porque cuando lo formulamos, lo que queremos decir es: “nosotros no seríamos capaces de hacer lo que hizo Hitler”. Pero, aunque esto último sea cierto (o al menos, debemos suponerlo así), eso no quiere decir que Hitler no fuera humano, esto es, capaz de sentir algo por alguien, de una manera más o menos desinteresada.

Esto es precisamente lo que se esfuerza por demostrar la película, y hay que darle las gracias de que lo haga de forma relativamente sutil. O quizá no tanto... En la primera escena de El Hundimiento vemos cómo Hitler escoge a su nueva secretaria entre varias jóvenes. La cualidad que le hace decidirse es el lugar de nacimiento de la chica, Munich, donde él mismo pasó sus años más difíciles, pero también los más felices. Su delicadeza, su amabilidad con ella son indiscutibles. El papel de Hitler en la película acaba con su suicidio: una escena íntima, con un hombre abrumado por la pesadumbre y una mujer, Ewa Braun, cuyo amor por él queda fuera de toda duda. El círculo se cierra. Todos los desmanes, gritos y crueldad de Hitler quedan enmarcados por estas dos escenas que nos recuerdan, de una manera un poco burda, que el Führer también tenía sentimientos.

Pero, ¿de qué manera nos ayuda esto a comprender mejor el nazismo?

De ninguna. La postura estética que lleva a representar a los nazis como seres humanos es, en el fondo, tan banal como la que lleva a representarlos como monstruos sin humanidad. Es obvio que fueron seres humanos. Tuvieron una madre, infancia, se enamoraron alguna vez, digo yo. ¿Por qué no iban a ser humanos? En El Hundimiento podemos ver la mirada de Hitler cuando envenena a su perro, el trato cordial con su secretaria, su pesar emocional al descubrir que hasta su querido Albert Speer le ha dado la espalda. Es posible que todo esto nos acerque emocionalmente a la figura de Adolf Hitler, pero ahí reside el problema de esta forma de representarle a él y al nazismo, porque al descubrir en él sentimientos que podemos relacionar con nosotros mismos, nos despierta una cierta simpatía. Sin embargo, esa simpatía no tiene ningún objeto, ya que por mucho que nos permita mirarnos en Hitler, no nos dice nada sobre nosotros mismos. Es necesario algún otro tipo de identificación, algo que nos permita plantearnos una pregunta que debería estar implícita en toda representación del nazismo: “si Hitler era un ser humano como yo, ¿qué es eso que le llevó hacer lo que hizo? Porque, como ser humano, eso también debe estar dentro de mí...”




No es necesario responder a la pregunta, porque quizá no sea posible responderla. Sin embargo, sí es necesario plantearla porque sin ella no creo que haya representación del nazismo que pueda ser éticamente válida.

Ocurre que, con Hitler, dicha pregunta es imposible de plantear. Eva Braun afirmó en cierta ocasión (y aparece reflejado en la película) que, después de quince años viviendo con él, ni siquiera ella sabía quién era Adolf Hitler. Nadie, ni su propia esposa supo quién se escondía detrás de la máscara del Führer. Adolf Hitler fue y sigue siendo un enigma. ¿De qué nos sirve entonces cualquier representación de Hitler que busque que nos identifiquemos con él, si nunca vamos a poder ver detrás de esa máscara?

La cuestión es que no tenemos datos verdaderos sobre Hitler y su mundo interior. Oh, tenemos datos, sí; pero todos son producto de sus mentiras, como no podía ser de otra manera dado su poder de seducción. Siendo así, me pregunto si la única representación posible de Hitler no es, precisamente, la representación caricaturesca. Porque en el fondo, El Hundimiento, a pesar de su intento de humanizarlo, cae también en la caricatura, como no podía ser de otro modo. Es un hombre reducido a un conjunto de tics. Un personaje plano: la única información que se da sobre él son los signos externos de su sufrimiento. No hay profundidad psicológica. No puede haberla.





Si esto así, si dadas las peculiaridades históricas de este personaje cualquier representación de Hitler no puede aspirar más que a la caricatura, ¿no será entonces la manera más ética de representarlo aquella que asuma esta limitación y, en lugar de conseguir lo que no puede, exagere la caricatura al máximo? Pienso en Osamu Tezuka, quien en su cómic Adolf, realizó en mi opinión una de las representaciones más satisfactorias que se hayan hecho de Hitler. El Führer dibujado por Tezuka es un hombre que contorsiona su cuerpo de maneras anatómicamente imposibles; un hombre que, cuando grita, abre la boca hasta adquirir el tamaño de un balón; un hombre que, cuando se enfada, resulta insoportablemente cómico.

Cómico. Hasta que a uno se le congela la sonrisa al darse cuenta de que se está riendo de un dibujo. De que exagerando su máscara, se nos está diciendo “éste Hitler no es real”. Y si no lo es, entonces el Hitler real debe encontrarse en algún lugar debajo de tanta contorsión, grotesca ella como un cuadro Bacon, pero ¿dónde?

En ningún sitio.

Eso es lo máximo que se puede conseguir con la representación del nazismo. Preguntar “¿cuál de sus cualidades humanas le llevó a hacer lo que hizo?”. Preguntarlo sin obtener respuesta. Por eso la sonrisa se congela: porque el no poder responder a esa pregunta equivale a tener que admitir “entonces, también me puede pasar a mí”.