Cuando en 1791, el duque de York, hijo del rey Jorge III, se casó con Frederica Charlotte Ulrica, la prensa se deshizo en halagos. ¡Qué mujer! ¡Qué elegancia! Ninguna noticia fue celebrada aquel año con mayor pompa que la boda. Los periodistas babeaban no sin razón. Si la duquesa era considerada el summum del refinamiento, era porque poseía una cualidad única: tenía los pies pequeños. En resumen, que, en lo que respecta a aquel año, todo era el duque por aquí, la duquesa por allá, que si nos vamos de vacaciones a Balmoral, que si hay que ver lo maja que es la familia de la duquesa aunque sean alemanes, etc. Todo elegancia y buen gusto.
Pues el caso es que, al año siguiente y harto de tanta zarandaja, el caricaturista James Gillray editó el siguiente grabado:
Pues el caso es que, al año siguiente y harto de tanta zarandaja, el caricaturista James Gillray editó el siguiente grabado:
La leyenda lo deja bien claro: "Contrastes de moda; o, el pie de la duquesa cediendo a la magnitud del pie del duque".
Pues bien, el caso es que este aguafuerte de Gillray fue motivo de tal hilaridad pública que la prensa, desde entonces, no volvió a decir ni una sola palabra elegante ni de buen gusto a favor de la pareja real.
Supongo que ahí está la diferencia entre una buena y una mala caricatura.
Pues bien, el caso es que este aguafuerte de Gillray fue motivo de tal hilaridad pública que la prensa, desde entonces, no volvió a decir ni una sola palabra elegante ni de buen gusto a favor de la pareja real.
Supongo que ahí está la diferencia entre una buena y una mala caricatura.
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