Desde que inauguré este blog, uno de mis más firmes propósitos ha sido siempre darles la brasa con un tema de capital trascendencia, no sabemos para qué ni para quién, pero como, en resumidas cuentas y ¿por qué negarlo?, yo también soy friqui al fin y al cabo, de alguna obsesión totalmente inútil tendré que hablarles. Me estoy refiriendo, claro está, al Barroco.
Pues menudo rollo nos va a soltar, ya les oigo. Pero, ¿por qué? ¿Acaso piensan que el Barroco no fue divertido? Eso es porque a uno le dicen “Barroco” y se pone a pensar en que, joder, acabo de recibir otra invitación de la condesa de Warwickshire y qué aburridas son sus fiestas, todo el mundo ahí en el drawing-room, escuchando a cualquier petardo tocando el clavicordio, qué pereza me da ir, ponerme la peluca, empolvarme la cara, no sonreír para que nadie pueda verme la dentadura podrida…
Clavicordios y pelucas, a eso se reducía el Barroco según nuestros profesores de historia en el instituto. Clavicordios y pelucas. Pues no. Yo les digo: sigan leyendo y descubrirán que ese apasionante periodo de la historia europea también tiene un lado lo suficientemente retorcido como para atraer la atención del gusto friqui más trastornado.
Para demostrarlo, hoy les voy a presentar al autor de cómic más célebre del Barroco: William Hogarth. ¿Cómo que cómic? Pues sí, no hace falta que se laven las orejas. Han oído ustedes bien. Cierto es que, por aquella época, nadie había oído hablar de Superman o La Patrulla-X, pero si entendemos por cómic una narración gráfica donde la ilustración tiene más peso que el texto, organizada por viñetas e impresa de modo que pueda reproducirse de forma en principio ilimitada, pues bien, si lo entienden así, entonces el cómic existe desde la Baja Edad Media. Pero de eso ya hablaremos en otra ocasión.
Estábamos en William Hogarth, según Baudelaire, el primer caricaturista de éxito masivo y una persona francamente despreciable. Hogarth, además de pintor, era grabador y en 1732 (de acuerdo, nos hemos pasado un poco del Barroco y ya estamos en el Rococó, pero ¿qué es el Rococó sino el Barroco pero a lo bestia?), en 1732 digo, y fíjense en lo que ha llovido desde entonces, editó la narración gráfica de mayor longitud hasta la fecha. Tres años más tarde la superó con otra incluso más larga. Pero narración, ¿de qué?, se preguntarán. ¿De una aburrida velada en el drawing room de la condesa de Warwickshire? Pues no. Los títulos de ambas obras son The Harlot’s Progress y The Rake’s Progress, que hablando en plata podríamos traducir por El Camino de la Puta y El Camino del Putañero.
Lo que no se pueden imaginar es el éxito que tenían los “cómics” de Hogarth. Cuando éste anunció que su Harlot’s Progress iba a tener una segunda parte, la respuesta popular fue tan grande, que sus rivales se movilizaron. Para que se hagan una idea, es como cuando ahora todo cristo está que no caga por ver la nueva película de Indiana Jones y sólo tienes que hacer “clic” en el eMule para bajarte una copia pirata. Pues igual con Hogarth. Cuando estaba dibujando The Rake’s Progress invitó descuidadamente a su taller a dos tipos que se hicieron pasar por editores. En realidad no eran más que ilustradores de tres al cuarto que, haciendo gala de una increíble memoria fotográfica, le copiaron los diseños y el argumento de la narración, para sacar, meses antes de que Hogarth terminara su obra, una versión apócrifa de la misma. Hogarth se cabreó tanto que movió los hilos que tenía para que la cámara de los comunes aprobara una ley del copyright, la primera de Inglaterra y la primera de Europa. Aquello fue tan sonado que, cuando se aprobó, todo el mundo conocía dicha ley como la Hogarth’s Act. ¿Piensan que exageraba nuestro Hogarth? No señores, era más listo que el hambre y sabía perfectamente el dinero que iba a sacar de sus “cómics”. De hecho, The Rake’s Progress no fue sólo un caso célebre por haber motivado la primera ley para proteger los derechos de autor, sino que también dio lugar a un fenómeno que hoy nos resulta muy conocido: el merchandising. Todo el mundo quería leer las aventuras del putañero de Hogarth, pero no bastaba con eso. Nuestro putañero se convirtió en un emblema, en una especie de héroe popular que había que tener cuanto más cerca mejor. Se grabaron tazas de té con las viñetas de The Rake’s Progress e, incluso, abanicos con la imagen del putañero. ¿Se imaginan a la condesa de Warwickshire incitándoles a golpe de lanzarles miraditas bajo uno de estos abanicos? A ver si esas veladas resulta que no eran tan aburridas como ustedes pensaban…
Prostitución, alcoholismo, infanticidio y la sordidez en todas sus formas, eran los temas favoritos de Hogarth. Ya nos advirtió Baudelaire que era un tipo despreciable. ¿Que sólo han visto de Hogarth algún retrato aburrido en el Thyssen? Pues dejen que les diga que, en su época, todo el mundo tenía colgadas en su casa bellas estampas como la de Gin Lane (arriba: pichen sobre la ilustración para ver más de cerca al niño empalado por accidente) o la viñeta final de la narración The Four Stages of Cruelty, donde un grupo de cirujanos enloquecidos practica una autopsia a un asesino consumado (ojo al detalle del perro).
Ya saben, si lo que quieren es imbuirse del lúdico espíritu de aquella época, les aconsejo que practiquen ustedes también el feng-shui barroco y visiten el siguiente link, donde encontrarán todos los “comics” de Hogarth (con la excepción de The Four Stages of Cruelty), ya libres de derechos, por lo que podrán imprimirlos y decorar impunemente las paredes de su hogar.
3 comentarios:
The Four Stages of Cruelty tiene un cameo muy especial en From Hell. Moore y Campbell honrando a sus predecesores. :)
No lo sabía, Javier. Gracias por el comentario. Ahora no tengo a mano el From Hell, ¿en qué parte salía ese homenaje a Hogarth?
Un abrazo,
Malarrama.
Capítulo 9, página 16. El cuadro cuelga el estudio de Willam Gull (quien en la versión de los hechos presentada por From Hell es el asesino de Whitechapel, es decir, Jack.)
Dice Moore en las notas (mi traducción burda):
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Página 16
Esta página es otra invención en aras de la historia y el único punto que necesita explicación es el grabado que cuelga en la pared del corredor de Gull y que se ve claramente en el último panel. La imagen en cuestión es The reward of cruelty de William Hogarth, la pieza final de la serie de Hogarth titulada Four Stages of Cruelty. Varios autores, incluyendo a Stephen Knight y Jean Overton Fuller han indicado en varias ocasiones que la ilustrasión, aunque es ostensiblemente un retrato satírico de las prácticas médicas de la época, es de hecho una exposición de técnicas de asesinato ritual Masón para aquellos que saben cómo leer las pistas. Tanto Knight como Overton Fuller señalan impresionantes similaridades entre las mutilaciones en la pintura de Hogarth y esas que llevó a cabo en sus víctimas el asesino de Whitechapel, lo que para mí le da a la pintura suficiente resonancia como para justificar su inclusión aquí.
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Un detalle del grabado aparece, además, en la página 14 del segundo apéndice (Dance of the gull catchers).
Y ahora pensándolo, las imágenes de la carnicería del capítulo 10 tienen bastante similaridad con la del grabado de Hogarth.
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