Comenzamos hoy nueva sección en How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb. Una sección en la que, todas las semanas, el Dr. Malarrama les recomendará un film de postín. A la hora de elegirlo trataremos de seguir dos criterios. Primero, satisfacer el gusto siempre exquisito de nuestros informados lectores. El segundo, que la película sea lo suficientemente desconocida como para que nuestra recomendación pueda servirles de algo.
La entrada de hoy está dedicada a un director de cine francés que vino al mundo como si a la madre de Sergio Leone la hubiera dejado preñada el padre de Robert Bresson. Habrán adivinado que me estoy refiriendo a Jean-Pierre Melville. ¿Qué sabemos de Melville? Pues que su apellido real es Grumbach pero que se hizo llamar Melville en honor a su escritor favorito. Que fue miembro activo de
Pero Jean-Pierre Melville no sólo hizo películas sobre policías hipócritas y truhanes con lealtad. Con la excepción de Los Niños Terribles, una adaptación de una obra de Cocteau, el resto de su carrera lo forman tres películas basadas en experiencias propias o ajenas durante
El Silencio del Mar es el primer largo de Melville. Las películas sobre nazis molan, eso es algo incontestable; pero si hay algo que mole más que una película de nazis, es una película de nazis con un nazi bueno. El del Silencio del Mar es un oficial que ha sido pianista antes de la guerra, de lo cual se deduce que es un hombre cultivado que ama Francia sobre todas las cosas. Sí, ya sé que de una cosa no se sigue la otra, pero Melville todavía estaba un poco influido por Cocteau en este momento de su carrera. Pero a lo que íbamos, resulta que al oficial nazi, como le gusta leer a Balzac por las noches, no le cae bien la chabacanería de sus soldados y decide alojarse en una casa particular del pueblo francés que está ocupando su regimiento. El propietario de la casa es un viejito que vive con su sobrina y, como no le queda más remedio que hacer lo que le dicen, aloja al oficial. Ahora bien, cuando el oficial llega todas las noches a dormir, ni el viejo ni la sobrina le dirigen la palabra. Una cosa es someterse y otra bien distinta comunicarse. Total, que el nazi resulta que es un tío de puta madre cuyo único error es ser demasiado idealista, pues cree sinceramente que Hitler le va a hacer algún bien a su amada Francia. Y esto es lo que, básicamente, les cuenta noche tras noche al viejo y a su sobrina; porque el tío, es llegar a casa y encontrárselos leyendo y tricotando, y ¡dale!, a soltarles la brasa: que si Francia qué bonita, que si qué rico está el Camembert, que si cómo admiro yo a la gente sencilla con cojones de acero como los de ustedes, etc. Pues nada, que el viejo y la sobrina ni mu. Ni una sola palabra le dirigen. Y el nazi ahí, dale que te pego a la sinhueso. Hasta que ya a uno le da pena y se pone a pensar, “joder cómo se las gastan los gabachos, mira que son crueles con el pobre nazi que no tiene con quien hablar”.
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Subtítulos en inglés dentro del paquete.
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