viernes, 27 de febrero de 2009

El arquitecto pornógrafo, Jean-Jacques Lequeu.


De nuevo, le tengo que echar las culpas a Alberto Manguel por motivar, una vez más, una entrada de este blog. Y, de nuevo también, porque está dedicada a un ilustrador. En esta ocasión, su nombre es Jean-Jacques Lequeu, y me topé con una de sus imágenes (la de arriba) en uno de esos excelentes libros que Manguel escribe sobre cualquier tema que se le pasa por la cabeza. Leer imágenes, para más señas.

La imagen de Lequeu lleva por título Y nosotras también seremos madres porque... Y la propia retratada completa la frase con un gesto que da la respuesta. Al parecer, Lequeu grabó este aguafuerte llamando a la emancipación de las monjas, durante ese periodo, llamado la Revolución Francesa, en que se descubrió en el erotismo una cierta utilidad social, suponemos que anti-aristocrática, siempre y cuando, claro está, no se transpasaran los límites marcados por la burguesía (pobre, pobre Marqués de Sade). Lo podríamos resumir del siguiente modo. Usar el erotismo para atacar la iconografía cristiana es cosa buena; pero ¡ay del que se atreva a usarlo contra los valores burgueses! Lequeu da la impresión de atenerse a esa regla al violar en su grabado el seno nutricio de la Virgen María. Y aun así, aunque sólo parece tener una lectura anti-clerical, hay algo de inquietante en esa arrogancia con que un pezón asoma por encima del corsé, sin atreverse a salir del todo y acompañado por el impertérrito rostro de su dueña.

Efectivamente, hay algo en la obra de Lequeu que está muy lejos de ese espíritu de utilidad social que buscaba la Revolución. De hecho, creo que está basada justo en lo contrario de la utilidad; esto es, lo caprichoso, lo que como ese pezón se desvía del orden dado. En definitiva, la perversión.

Lo cual es curioso, porque Lequeu era arquitecto y, además, neoclásico; ya saben, pureza de líneas, respeto a las proporciones, etc. Pero Lequeu, como Serafini, era un arquitecto muy peculiar. Junto con Etienne-Louis Boullee y Claude-Nicholas Ledoux idearon la llamada “arquitectura parlante”, basándose en el principio de que todos los edificios deben, de una manera u otra, anunciar con su aspecto el uso al que están destinados. Lo que ocurría con Lequeu es que dicho uso era, la mayoría de las veces, totalmente descabellado.

Arquitectura pornográfica” es el único término que me viene a la cabeza para definir la obra de Jean-Jacques Lequeu. Y si no, comparen este dibujo anatómico (uno de los muchos genitales de aséptica objetividad que le gustaba pintar en sus ratos libres) con los proyectos arquitectónicos que figuran debajo.




Huelga decir que de las decenas de edificios que Lequeu diseñó, sólo dos llegaron a ser construidos. Están en Rouen, su ciudad natal, y son conocidos por el apropiado nombre de las “folies” de Lequeu.

Los que quedaron en el aire, o mejor dicho, en el papel, pueden encontrarse en el catálogo digital de la Biblioteca Nacional Francesa y hay algo en ellos que me resulta tan inquietante como el pezón del grabado. Lo que me inquieta son precisamente esos pequeños desvíos nacidos de su imaginación calenturienta. Pero no tanto la forma uterina de esa cúpula, o el que un palacete tenga forma de pene y elefante a la vez, o que un pezón sobresalga del corsé de una monja. Lo que me inquieta es que, a pesar de todo esto, la cúpula siga respondiendo a los ideales armoniosos del neoclasicismo y que la expresión de la monja sea tan equilibrada y simétrica que no deja traslucir el menor ápice de erotismo.

Y es que la perversión, el capricho o lo gratuíto son más gratuítos, caprichosos y pervertidos cuando se dan en el interior de un conjunto perfectamente ordenado y armonioso, porque se convierten en signos inequívocos de la inutilidad de dicho conjunto. Es decir, signos inequívocos del arte.


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